miércoles, 17 de septiembre de 2025

XXV DOMINGO ORDINARIO - C

 Lc 16, 1-13


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.

Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”.

El administrador se puso a decir para sí:

“¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.

Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.

Este respondió: “Cien barriles de aceite”.

Él le dijo:

“Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.

Luego dijo a otro

“Y tú, ¿cuánto debes?”.

Él contestó:

“Cien fanegas de trigo”.

Le dijo:

“Aquí está tu recibo, escribe ochenta”.

Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.

Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.

El que es de fiar en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.

Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, lo vuestro, ¿quién os lo dará?

Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

 

COMENTARIO:

«Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz» -afirma Jesús en este texto del evangelio de Lucas.

Jesús parece elevar la astucia a categoría de virtud en este pasaje del evangelio de san Lucas. A los creyentes nos sorprende esta afirmación de Jesús; sin embargo, Jesús aconseja a sus discípulos que sean astutos como serpientes. De modo que hemos de suponer que tras la astucia se esconde algo diferente a lo que nosotros entendemos. Efectivamente, Jesús no nos aconseja timar, engañar, aprovecharnos de nadie. Jesús nos invita a adquirir la habilidad para ganarnos defensores e impulsores del proyecto del Reino.

Si en nuestro mundo occidental son cada vez más los detractores, los indiferentes y los enemigos del proyecto de Jesús, es que algo está fallando en nuestra pedagogía de anunciar el evangelio, de ganarnos colaboradores del Reino. ¿Qué hacen, por ejemplo, algunos empresarios, para que nos quedemos con la sensación de que pierden dinero en su negocio, que corren el peligro de quiebra? Sencillamente afirman haber obtenido menos beneficios de los esperados; esta astuta afirmación nos hace pensar que están a punto de quebrar, salvo que nos rebajen el sueldo del mes, o que el gobierno les inyecte grandes sumas de dinero. Aquí la astucia y el engaño se unen para lograr el objetivo deseado. Jesús alaba la astucia (inteligencia) con la que procede el administrador infiel. Los creyentes debemos de tomarnos muy en serio esta virtud de la astucia, sinónima de sabiduría, inteligencia, habilidad o destreza. No podemos quedarnos mirando al cielo, como los discípulos el día de la ascensión de Jesús, contemplando al Señor que sube al Padre. Hay que ponerse en camino hacia Galilea y comenzar el recorrido que hizo el propio Jesús hasta morir en la cruz, y ponernos a trabajar con astucia para propagar la buena nueva de la llegada del Reino de Dios.

El texto evangélico de hoy termina con esta advertencia seria por parte de Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero». El dinero es, sin duda, el ídolo de nuestro tiempo, que nos atrapa de tal manera que sacrificamos todo y a todos por él y crea en nosotros la necesidad imperiosa de tener más y más para gozar de un nivel de vida mejor, sin que nos importen los pobres. Tenemos la sensación de que cada vez el abismo entre la pobreza y la riqueza es mayor: unos pocos tienen casi todo, mientras un número cada vez más creciente de seres humanos carecen de lo más necesario.

Pues bien, Jesús termina hoy diciéndonos que Dios Padre está con los pobres y estos pueden sentirse en el corazón de Dios. La codicia aleja de Dios, en cambio el desprendimiento nos acerca al corazón bondadoso de Dios Padre.

«Señor, enséñanos a amar. Enséñanos a no amarnos a nosotros mismos, a no amar solo a los que nos aman. Enséñanos a amar, en primer lugar, a los que nadie ama. Danos entrañas de misericordia frente a toda miseria humana» (Charles de Foucauld).

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