miércoles, 29 de febrero de 2012

II DOMINGO DE CUARESMA - B

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 31b-34
Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica, ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?

COMENTARIO:

Santa Teresa dejó escrito: Quien a Dios tiene, nada le falta; solo Dios basta. Algo parecido les dice San Pablo a los cristianos de Roma.
Únicamente después de haber experimentado el amor de Dios Padre, es posible hablar locuras como las de San Pablo en el final de su carta a los romanos. Solo desde la locura es posible afirmar que Dios entregó a su hijo a la muerte por nosotros. ¿Qué padre entregaría a su hijo por nada del mundo? ¿Estaba loco san Pablo cuando hace estas afirmaciones? Nos inclinamos a pensar que no, pero entonces tendremos que intentar comprender su afirmación.
Ciertamente el Padre envía a su hijo al mundo, en un gesto de amor sin precedentes e irrepetible en la historia de la humanidad. Su muerte es consecuencia de su fidelidad a la voluntad del Padre, fidelidad que el pecado del hombre no consiente y que, por tanto, le conduce a la condena a muerte del hijo de Dios.
Si Dios nos ha amado de tal modo, aún consciente del final de su hijo, ¿quién se atreverá a acusarnos y a condenarnos si Dios Padre no lo hace? Dios nos salva y su hijo intercede por nosotros; ¿quién, pues, se atreverá a ponernos un pleito?
Los romanos, expertos en derecho, comprendieron a San Pablo; ¿seremos capaces de comprenderle nosotros?
En este tiempo de cuaresma dejémonos empapar de este mensaje de esperanza salvadora. ¡Fuera de nosotros todo temor!
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