LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS FILIPENSES 2, 6-11
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la tierra, en el abismo- y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.
COMENTARIO:
Un buen día el hijo de Dios decidió, en un gesto sin precedentes de amor al hombre, bajar a la tierra, hacerse uno de tantos y pasar por el mundo mostrándonos de qué es capaz el hombre si se decide a llevar a la máxima perfección la condición humana. Y así, siendo hombre, pasó por todos los sinsabores de la humanidad, exponiéndose a ser condenado y ejecutado por el mismo hombre. Y hasta tal punto consiguió encarnarse en la humanidad que pasó inadvertido por la tierra; y tan solo tras la resurrección y posteriores apariciones fue reconocido como el hijo de Dios, enviado a salvar a los hombres. Y Dios Padre reconoció su labor ensalzándolo hasta límites insospechados, de modo que ahora le invoquemos como Jesucristo, el Señor, quien nos reconcilió definitivamente con Dios Padre.
Este hecho quedó grabado en el himno que los creyentes recitamos entre nuestras plegarias más apreciadas y que san Pablo recoge en su carta a los filipenses.
Recitar este himno en estos días de Semana Santa es reconocer agradecidos el gran amor que Dios nos tuvo entregando a su hijo por nuestra salvación.
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