miércoles, 25 de abril de 2012

IV DOMINGO DE PASCUA - B

PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN JUAN 3,1-2
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues, ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él. Queridos: ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es.

COMENTARIO:
Lo más hermoso que san Juan nos dice en esta carta tal vez sea que todos somos hijos de Dios, por lo tanto hermanos los unos de los otros por ser hijos del mismo padre. Y aquí radica también, con seguridad, la razón del amor del Buen Pastor a sus ovejas, pues todas son propiedad del mismo padre.
¿Dónde está entonces el problema? A mi modo de ver radica en la fe. Nos resulta difícil admitir que somos hermanos los unos de los otros, al menos no nos comportamos así en la vida real. Así pues, hemos de ahondar en nuestra fe: si no vemos en los otros a nuestros hermanos, nuestra fe no es muy firme, es muy raquítica. ¡Y qué difícil es considerar hermanos a los que no son de mi raza, de mi pueblo, de mi grupo de amistades, de mi familia carnal! ¡Qué complicado, casi imposible, es considerar hermanos a los que nos fastidian cada día, nos traicionan con facilidad, nos hacen todo el mal que pueden, nos desprecian y hasta desean nuestra muerte...
Sin embargo, la fe nos dice que todos, absolutamente todos somos hijos del mismo padre, Dios, y por lo tanto hermanos los unos de los otros.
Pidamos hoy a nuestro común Padre que, por intercesión del Buen Pastor, nos aumente nuestra fe, al menos, hasta alcanzar el tamaño de un grano de mostaza.
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