PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN JUAN 3, 18-24
Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios; y cuanto pidamos lo recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento que creamos en el nombre de su hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
COMENTARIO:
El mandamiento que nos ha dado Dios Padre es el de que creamos en su hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros. Esta es nuestra tarea de cristianos. ¿Por dónde empezamos: por amarnos unos a otros o por creer? Ambas tareas se relacionan íntimamente entre sí, no excluye una a la otra. Si los hombres ven que nos amamos realmente como hermanos, se preguntarán de dónde nace esa fuerza que nos lleva a comportarnos así, cuál es la fe que mueve nuestro obrar.
Por otra parte, sabemos que el amor mutuo nos mantendrá firmemente unidos a Jesucristo, que es la vid que inunda con su savia los sarmientos (nosotros). San Juan nos invita a vivir unidos por el amor, el arma más eficaz que tiene el cristiano de transformar el mundo, la sociedad y la propia comunidad eclesial. Difícilmente conseguiremos renovar nuestra Iglesia por caminos de crítica enfrentada, de separación, de ruptura. San Juan, en su carta y en su pasaje evangélico nos anima a la unidad mantenida y robustecida con el amor mutuo. Para el verdadero creyente es impensable separarse de la vid, si desea recibir la savia de esa vid (Jesucristo).
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