martes, 19 de junio de 2012

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

SAN LUCAS 1, 57-66.80
Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaron Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo:
-¡No! Se va a llamar Juan.
Le replicaron:
-Ninguno de tus parientes se llama así.
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que le oían reflexionaban diciendo:
-¿Qué va a ser este niño?
Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.

COMENTARIO:
Hoy nos encontramos con una fiesta que raramente cae en domingo y por ello pocas veces meditamos su significado, no apreciamos su transcendencia en la historia de la salvación. Festejamos el nacimiento de Juan el Bautista. Son pocos los nacimientos que celebra la liturgia: Natividad del Señor, de la Virgen y de san Juan Bautista.
¿Qué nos puede decir a nosotros esta festividad? A pesar del número ingente de abortos que hoy se practican, sin embargo, la inmensa mayoría nos seguimos alegrando de la venida al mundo de un nuevo ser humano. ¿Qué será de él? –nos preguntamos.
En el caso de Juan Bautista también supuso una enorme alegría para Isabel el que Yahvé se acordara de ella. También se preguntaba qué sería de aquel niño, qué nombre habría que ponerle. Para el judío era muy importante el nombre, pues determinaba la misión que habría de desempeñar en su historia. Juan quiere decir algo así: Dios ha mostrado su favor, Dios es misericordioso, Dios se ha apiadado. Y esta es la misión que Juan llevaría a cabo con toda fidelidad.
Para nosotros, los nombres que nos ponen o ponemos tienen poco que ver con la misión futura, con la vocación a la que Dios nos llama. Sin embargo, del texto sagrado sí que hemos de sacar la conclusión de que nuestra vida es un don gratuito de Dios y que él espera de nosotros algo importante en la construcción del Reino. Se trata de descubrirlo, de pedirle a Dios Padre que nos manifieste nuestra misión, nuestra vocación, el nombre que él ha elegido para nosotros.
Que Dios nos llama ya desde el seno materno nos lo confirman, entre otros, los profetas Isaías y Jeremías: ‘El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre’ (Is.49,1). ‘Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré, te puse por profeta a las naciones’ (Jr. 1,5).
En la medida que sigamos el llamamiento de Dios, encontraremos nuestra propia felicidad, porque esa es la razón fundamental por la que Dios Padre nos ha dado el don de la vida: Ser felices para siempre, y esta meta la alcanzaremos descubriendo y aceptando su llamamiento.
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