CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 4, 30-5, 2
Hermanos:
No pongáis triste al Espíritu Santo. Dios os ha marcado con él para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonados unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor.
COMENTARIO:
Para las primeras comunidades de creyentes, la reunión semanal en la que se celebraba la Eucaristía era fundamental para mantenerse en forma en el camino de la vida cristiana. En ese rato que pasaban juntos celebrando la Acción de Gracias escuchaban el testimonio directo vivido por los apóstoles, posteriormente recordaban oralmente ese testimonio y más tarde, leían el testimonio escrito o las recomendaciones de sus cartas. Esto es precisamente lo que hacía la comunidad de Éfeso en la eucaristía de aquel domingo en que leían la carta que les enviaba Pablo. Y se nos dice, incluso por autores paganos, que aquella comunidad salía transformada de aquellos encuentros.
Hoy los efesios salían deseosos y comprometidos a reforzar los lazos de unión y amor mutuo. Habían leído, en la carta de Pablo, que tenían que evitar la amargura, la ira, los enfados, insultos y toda clase de maldad; debían ser comprensivos y perdonarse unos a otros. En una palabra había que imitar el amor de Cristo. Lo mismo leeremos hoy nosotros, ¿saldremos igualmente transformados, animosos a enderezar nuestro camino?
Ahora bien, ellos iban con una buena disposición al encuentro semanal, esperaban el momento del encuentro: ¿Habrá alguna nueva carta de Pablo, Santiago, Juan, Pedro…? ¿Habrá venido hoy alguno de los que vivieron con Jesús y fueron testigos de su resurrección?
Cualquier parecido de nuestras eucaristías dominicales con aquellas es una pura coincidencia: La gran mayoría de los creyentes les trae sin cuidado la eucaristía dominical; algunos van porque aún se sienten obligados por uno de los mandamientos de la Iglesia…; son los menos los que se acercan al fervor de los primeros cristianos. Es más, la propia comunidad cristiana adolece de sentirse comunidad, donde los unos se interesan por las necesidades de los otros; no compartimos alegrías ni sufrimientos, sintiéndolas como propias. Necesitamos una revolución en nuestra vivencia como comunidad de cristianos.
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