miércoles, 1 de agosto de 2012

XXII DOMINGO ORDINARIO - B

SANTIAGO 1, 17-18.21b.22-27

Mis queridos hermanos:
Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni periodos de sombra. Por propia iniciativa, con la Palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido planteada y es capaz de salvarnos. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo.

COMENTARIO

“La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo”.
Esta frase lapidaria debería estar escrita a la entrada de nuestros templos en caracteres llamativos, de forma que resultara imposible entrar al templo sin antes haber leído e interiorizado su contenido. De este modo nuestra oración, nuestras eucaristías, la participación en cualquier liturgia alcanzaría pleno sentido.
Ya Moisés había advertido al pueblo de no formular otros mandatos que no fueran los de la Ley. Sin embargo, los humanos nos aferramos a nuestras propias normas, creamos costumbres que nos hagan sentirnos seguros y terminamos olvidando, cuando no despreciando, la sencilla Ley del amor que nos dio nuestro Dios. Y así terminamos por aplastar a los demás bajo el peso de tantas normas y costumbres, porque quien inventa y formula tanta normativa se cuida muy mucho de que no le afecte su peso a él lo más mínimo: las normas y costumbres son siempre para los otros.

La verdadera religión no se aprende en los libros, sencillamente se vive y se practica en la vida, y ella consiste en el amor a Dios en el prójimo.
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