CARTA DEL APÓSTOL SANTIAGO 2, 1-5
Hermanos:
No juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Por ejemplo; llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: "Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado". Al otro, en cambio: "Estate ahí de pie o siéntate en el suelo". Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos? Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman?
COMENTARIO
Cuando Santiago escribió este pasaje no sé si le harían caso en aquella comunidad a la que se dirigía la carta; desde luego que en nuestras comunidades de creyentes, en nuestros templos no parece tener mucho eco este mensaje. Hay puestos reservados para nuestras autoridades, encuentran una sonrisa complaciente los feligreses de cierto rango económico, los bien vestidos, los que económicamente ayudan de vez en cuando al sostenimiento del culto o de la obras de caridad de nuestra comunidad parroquial. El observador atento se percata inmediatamente de esta diferencia, que por otra parte nos parece razonable. La verdad, tampoco es que echemos a los desarrapados del templo, pero ciertamente que la cara que les presentamos no es precisamente de júbilo por su presencia. Hay también sanas excepciones al panorama que presento.
Sin embargo, Santiago parece recomendar una actitud muy diferente, y basa su afirmación en que Dios ha elegido a esos que nosotros apartamos ‘para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió’. Podemos pensar que tal vez Santiago no quiso decir exactamente lo que dijo, que esta afirmación hay que matizarla, saberla interpretar en su contexto… Esta es la argumentación fácil que hacemos cuando algo nos resulta molesto admitirlo; sin embargo, hay que afirmar que Santiago dijo exactamente esto y que no quiso decir otra cosa. En los textos evangélicos encontraremos abundantes argumentos que corroboran la amonestación de Santiago.
Hemos de concluir que los desarrapados deberían ser los que ocuparan los primeros puestos en nuestros templos, porque son los preferidos del Señor. Al menos no hagamos acepción de personas, que esta es la recomendación que nos da Santiago.
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