jueves, 2 de agosto de 2012

XXIV DOMINGO ORDINARIO - B

CARTA DEL APÓSTOL SANTIAGO 2, 14-18
¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare: abrigaos y llenaos el estómago", y no le dais lo necesario para el cuerpo: ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras y yo, por las obras, te probaré mi fe".

COMENTARIO

Aquella tarde de paseo contemplé desde lo alto de una loma una hermosa parcela sembrada de trigo. Cuando regresé al pueblo le conté al labrador, dueño de aquel campo, que había visto su trigal y que podía sentirse satisfecho porque recogería mucho fruto. Agradecido por la información pero algo desconfiado me preguntó si me había adentrado en el trigal, si había cogido algunas espigas en diferentes puntos y si las había desgranado para ver si el grano estaba bien formado, o si se había quemado por el sol; si estaba nacido de modo homogéneo o había claros dentro de la finca, donde apenas hubiera nacido alguna raquítica espiga… En fin, después de tan exhaustivo interrogatorio ya no me atrevía a afirmar que fuera a ser una cosecha tan abundante como yo había imaginado.
En el campo de la fe, Santiago nos dice que sucede lo mismo. No es suficiente decir que tenemos fe, son nuestras obras las que han de manifestar la profundidad de nuestra fe. Y las obras que manifiestan con mayor nitidez nuestra fe son las obras de misericordia. De modo que cuando le pidamos al Señor que aumente nuestra fe, la respuesta va a ser siempre la misma: intensifica tus obras de caridad y verás incrementarse tu fe automáticamente.

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