sábado, 6 de octubre de 2012

XXVII DOMINGO ORDIANRIO - B

CARTA A LOS HEBREOS 2,9-11
Hermanos:
Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.

COMENTARIO:

Es posible separar la luz de las tinieblas; es decir, es fácil iluminar una sala oscura o bien dejar en la oscuridad una sala iluminada. Asimismo es posible llenar una jarra de agua si está vacía, o bien vacíar una jarra llena de agua. Lo que no es posible es separar la luz de la luz, ni el agua del agua, porque en ambos casos la unión es tal que no es posible diferenciar agua de agua dentro de una misma vasija, ni luz de luz dentro de un salón iluminado.
Algo semejante se afirma en este pasaje de la carta a los hebreos: “El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos”. Es tal la unión entre Cristo y su Iglesia, que todos nos sentimos hermanos: Cristo de cada uno de nosotros y nosotros de Cristo. Todo ello ha sucedido por voluntad del Padre, quien no escatimó generosidad para llevar esta obra a cabo, entregando a la pasión y muerte a su propio hijo.
En el evangelio Jesús refiere esta unión también al matrimonio: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
De la meditación de este pasaje de la carta a los hebreos, no cabe sino el agradecimiento a Dios Padre por su infinita bondad para con sus criaturas.
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