viernes, 12 de octubre de 2012

XXVIII DOMINGO ORDINARIO - B

CARTA DE LOS HEBREOS 4, 12-13

La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.

COMENTARIO

Según los entendidos, los judíos distinguían entre alma y espíritu. El Espíritu de Dios es el que da la vida (el alma). Para los judíos el espíritu no muere nunca sino que vuelve a Dios (Job 34, 14ss; Sal 31,6; Ecl 12,7).
Según esto, podemos comprender hasta qué punto es penetrante la palabra de Dios, hasta dónde puede llegar: nada le es imposible, nada permanece inalcanzable para ella; todo esfuerzo humano por escapar de su intervención es inútil.
Por otra parte su actuación es siempre viva y eficaz. Se trata de dos expresiones altamente positivas, salvíficas: ambas nos sugieren sanación y salvación. La palabra de Dios no destruye lo que penetra, como destruye la espada del guerrero. La palabra de Dios interviene en el mundo para curar, para salvar.
Si unimos este mensaje al que escuchamos en el evangelio de este día, hemos de entender que es el Espíritu de Dios el que nos impulsa a amar con un desprendimiento total: El hombre en solitario no podría ser capaz, como no lo fue el joven rico del pasaje evangélico, de entregarse a la causa del Reino con total disponibilidad.
Hoy nuestra oración al Padre ha de implorar la gracia del desapego de nuestras comodidades, de nuestro insolidario bienestar, para heredar la vida eterna. Si nuestra oración es sincera, el Espíritu de Dios vendrá en ayuda de nuestra debilidad.
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