miércoles, 21 de noviembre de 2012

XXXIV DOMINGO ORDINARIO B (Festividad de Cristo Rey)

LIBRO DEL APOCALIPSIS 1, 5-8
A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
¡Mirad! Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que le atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén.
Dice Dios:
-Yo soy el Alfa y el Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.

COMENTARIO
El autor del Apocalipsis termina con esta alabanza a Jesús, el Cristo. Él está por encima de todos los reyes de esta tierra: Es el Príncipe de todos ellos. Los otros reyes pasaron por la historia, pero Jesucristo permanece más alla del tiempo: Existía antes del tiempo, está entre nosotros y es el esperado (el que viene).
Exalta además su actuar salvífico, en un gesto de amor sin precedentes: Nos ha librado de los pecados y nos ha hecho sacerdotes de Dios Padre.
Con el autor sagrado, manifestemos nuestra alabanza por el Hijo de Dios que nos ha salvado e inaugurado un reino de amor que no tiene fin. Todos los reinos del mundo, edificados por la fuerza de las armas, no han perdurado a lo largo de los siglos. El proyecto del reino de Jesucristo, edificado por la fuerza del amor, se impone silenciosamente y perdura más allá del tiempo. ¡A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén!
Aquí empieza nuestra tarea de creyentes: empeñarnos en la transformación del mundo con la fuerza del amor. Es la única forma de construir un reino que alcance las expectativas del Señor.
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