viernes, 14 de diciembre de 2012

III DOMINDO DE ADVIENTO - C

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS FILIPENSES 4, 4-7
Hermanos:
Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y suplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

COMENTARIO
¿Entonces, qué hacemos? –le preguntan a Juan el Bautista.
San Pablo les apunta el camino de conversión que deben emprender los filipenses: Estad siempre alegres. El profeta Sofonías viene a recomendar lo mismo a Israel: Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate, goza de todo corazón.
La alegría cristiana proviene de la comunión con Dios y con los hombres y nada ni nadie nos la puede arrebatar. Esto es lo que está en el trasfondo del mensaje de Pablo y del profeta Sofonías.
San Pablo aporta una razón de nuestra alegría: El Señor está cerca. Y si el Señor está próximo a llegar, nuestra salvación, nuestra redención está a punto de suceder. La cercanía de Dios no es necesariamente el día 12 del mes 12 del año 2012, como interpretaban algunos futurólogos de nuestro tiempo. No, Dios se nos acerca en la medida que nosotros lo hacemos posible; el Reino se hace realidad en la medida que nosotros lo construimos. Dios cumple su tarea; se trata de que ahora nosotros nos pongamos manos a la obra para que la venida del Señor no se retarde. La cercanía del Señor y la alegría cristiana guardan entre sí una relación de causa-efecto: La cercanía del Señor produce alegría en el creyente.
Ahora bien, la alegría exterior que manifiestan los creyentes proviene no de las diversiones, de pasarlo bien en una fiesta, de divertirse hasta la extenuación: esta alegría es pasajera, dura lo que dura la fiesta. La alegría del creyente permanece más allá del tiempo que dura la actividad que la provoca; es más, suele ser consecuencia de su actuar. Es la alegría que aflora en su rostro cuando comparte; se compadece del que sufre; ha pasado unas horas con un enfermo, encarcelado, vagabundo; es la alegría que se siente interiormente y se refleja en un rostro sonriente tras haber compartido parte de su jornada en una residencia de ancianos, repartiendo lo recogido en la operación kilo, pagando la luz o el alquiler del piso a alguien a punto de desaucio, abonando el coste de la cesta de la compra de una familia necesitada, sirviendo voluntariamente en un comedor de Cáritas…
A cerca de esta alegría es de la que habla san Pablo y nos sigue recomendando hoy a nosotros.
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