jueves, 28 de febrero de 2013

III DOMINGO DE CUARESMA - C

PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 10, 1-6. 10-12

No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la misma roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron nuestros padres. No protestéis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del Exterminador. Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito para escarmiento nuestro, a quien nos ha tocado vivir en la última de las edades. Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.

COMENTARIO:

Las palabras de Pablo suenan a advertencia. No basta con ser ‘hijos del jefe’. La historia del pueblo de Israel nos debe servir de advertencia y de escarmiento.
La Cuaresma es tiempo de conversión. Estamos en la mitad de su recorrido. Es bueno hacer un alto en el camino y ver cómo hemos aprovechado el recorrido.
La fe es un don gratuito de Dios Padre, pero exige de nosotros una actuación consecuente. Es necesario dar frutos. Si no ha sido así, cuidemos nuestra higuera, cabemos a su alrededor, echémosle estiercol, limpiémosla de ramas secas.
Dios Padre tiene paciencia y volverá a esperar los frutos de la higuera que él plantó.
La historia del pueblo de Israel debe servirnos de lección. Santiago nos lo advierte en su carta: la fe sin obras es una fe sin vida.
Es responsabilidad nuestra madurar en la fe. Si hasta ahora nos hemos creído seguros por ser hijos de Dios por el bautismo recibido, recordemos que Dios puede sacar hijos de Abraham de las piedras del camino.
Dios Padre espera que la fe que nos ha regalado dé frutos. ¿Qué tipo de frutos?: Frutos de misericordia, porque nuestro Dios es compasivo y misericordioso (sal. 102).
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