CARTA A LOS HEBREOS 12, 5-7.11-13
Hermanos:
Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:
“Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su represión;
porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos”.
Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no
corrige a sus hijos? Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos
duele; pero da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortaleced las
manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda
llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.
COMENTARIO
¿Por qué
el sufrimiento de personas inocentes? ¿Por qué un trágico accidente? ¿Por qué
las catástrofes y accidentes en los que mueren tantos inocentes? ¿Por qué
triunfan los malos y fracasan los buenos? Son preguntas que nos hacemos cuando
sucede un trágico accidente con las consiguientes muertes y sufrimiento de
tantos seres humanos que carecen de culpa. Se trata de las eternas preguntas
sin respuesta.
Ya el
autor sapiencial trata de encontrarle una explicación: “El Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos”;
pero luego sigue una vida honrada y en paz. El autor de la Carta a los Hebreos
presenta una nueva visión: Dios Padre robustece, corrige, reprende, endereza.
Es una apreciación diferente de la pedagogía de Dios, más en consonancia con la
comprensión del hombre de hoy.
Efectivamente,
Dios Padre no puede querer ni permitir el sufrimiento de sus hijos. ¿Qué padre
querría o permitiría hoy que sus hijos sufran, si en su mano estuviera el
evitarlo? En el evangelio de san Lucas
el propio Jesús nos recordaba hace algunos domingos que si nosotros, siendo
malos, no sabríamos dar cosas malas a nuestros hijos, cuánto más Dios Padre,
que es bueno, atenderá con prontitud nuestras necesidades.
El sufrimiento, el
dolor del inocente es el eterno misterio que no conseguimos desvelar por
completo y que tantas plegarias de queja hace elevar al hombre hacia Dios. Los
salmos están llenos de lamentos a Dios pidiéndole una respuesta convincente. De
nosotros Dios Padre espera la actitud de fe del salmista que se sabe siempre
escuchado y socorrido.
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