sábado, 14 de septiembre de 2013

XXIV DOMINGO ORDINARIO - C

PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 1, 12-17
Querido hermano:
Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

COMENTARIO

            La palabras con las que termina la carta de Pablo a Timoteo son palabras de esperanza, de ánimo a los pecadores; sin duda buscan que los que se sienten pecadores vuelvan a Dios Padre.
            En primer lugar, compromete su palabra: Fiaros de mi palabra, que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores y yo me siento el primer salvado de todos, porque fui el más pecador. Pablo se sincera con sus lectores: Piensa que nadie, por pecador que se sienta, le supere a él, que fue perseguidor empedernido de los primeros discípulos de Cristo. Pero ahora se siente tocado por la gracia de Dios que lo recuperó para su causa. Si Dios Padre lo ha llamado a trabajar en su viña con el mismo entusiasmo con el que antes perseguía a su Iglesia, siendo el mayor pecador, cuánto más no llamará al resto de los humanos, que sin duda son menos pecadores que él.
            Pablo se nos presenta como modelo de pecador, en el que Dios ha ejercitado su máxima paciencia. La conclusión a la que quiere que lleguemos no es otra que la de confiar en la misericordia de Dios Padre para con nosotros, a quienes nos considera menos pecadores que él.
            Y es tal el amor de Dios Padre hacia nosotros que ha enviado a su hijo con el único objetivo de salvarnos a todos. Es mucho lo que Dios Padre pone en juego, a su propio hijo, para que consienta que ni una sola oveja de su rebaño se pierda.
            Que esta profesión de fe en Jesús Salvador de todos los pecadores mantenga viva nuestra esperanza de una segura salvación.
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