viernes, 25 de octubre de 2013

XXX DOMINGO ORDINARIO - C

SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO 4, 6-8. 16-18

Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. La primera vez que me defendí, todos me abandonaron, y nadie me asistió. -Qué Dios los perdone-. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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En este mundo, ¿quiénes se sienten abandonados de todos, hasta de la propia familia? La respuesta es sencilla: los que nada tienen, los que no pueden corresponder con un don a un favor recibido, los pobres, los presos, los que carecen de bienes materiales, los ignorantes, los emigrantes, los pecadores… En los tiempos bíblicos, a esta clase de gente se la catalogaba en tres grupos: oprimidos, huérfanos, viudas; al llegar a la tierra prometida también se incrementó este grupo con el de los forasteros.
San Pablo en su carta a Timoteo es consciente de pertenecer a este gran grupo de predilectos de Dios Padre. Su prolongada vida apostólica le ha hecho experimentar el abandono por parte de todos en los momentos más cruciales. El conocimiento profundo de la Escritura y su gran fe le da la seguridad de sentirse asistido por parte de Dios, juez justo, quien se pone de parte de los indefensos y desheredados.
¿Anida hoy este fe en los creyentes? En los momentos de dificultad, cuando todos nos olvidan, ¿palpamos la presencia de Dios Padre a nuestro lado?
Cuando el Señor vuelva en su segunda venida, ¿encontrará esta fe en la tierra?
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