CARTA
A LOS HEBREOS 2,14-18
Los
hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y
sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder
de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la
muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los
hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus
hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere,
y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor,
puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.
COMENTARIO:
Jesús,
aun no siendo descendiente de la tribu de Leví, sin embargo es constituido sumo
sacerdote por Dios, su padre. A diferencia de los sacerdotes de la tribu de
Leví, que ofrecían sacrificios expiatorios por el pueblo, él se ofrece a sí
mismo a través del dolor y muerte en cruz por la redención de todos los
hombres.
Jesús,
al hacerse hombre como nosotros, comparte la propia experiencia humana del
dolor, haciéndose así más cercano al hombre. Solo desde esta experiencia común
con los hombres, Jesús puede ejercer como sumo pontífice fiel.
Jesús
inaugura un nuevo sacerdocio y, con él nos compromete a todos sus discípulos a
ofrecer también nuestros sufrimientos, nuestra propia vida a favor de los
hombres. Aceptando nuestro dolor, nos hacemos corredentores con el mismo Jesús.
El Padre nos presenta
hoy a su hijo en el templo de Jerusalén; el autor de la carta a los hebreos
hace una presentación teológica del mismo Jesús. Así se nos presenta hoy para
nuestra contemplación e imitación.
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