miércoles, 23 de abril de 2014

II DOMINGO DE PASCUA - A

PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PEDRO 1, 3-9
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.
Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro, que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego-- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo.
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

COMENTARIO

Esta carta ha sido escrita para animar a los creyentes de los primeros tiempos del cristianismo, quienes viven en un ambiente de persecución constante. ¿Cómo alentar a aquellos creyentes? La tarea no era fácil.
La esperanza cristiana se fundamenta en la Resurrección. Este puede ser el mensaje central que Pedro quiere transmitir a aquellas primeras comunidades cristianas.
La resurrección está ya a las puertas, final que todos esperaban con verdadera alegría y deseaban verlo llegar cuanto antes. Mientras tanto, cuentan con la fuerza de Dios para mantenerse alegres en la esperanza de la inminente salvación.
Seguramente que para aquellos primeros cristianos debía ser relativamente fácil vivir con este entusiasmo que Pedro transmite en su carta; pero el entusiasmo primero, sabemos por experiencia, que con el tiempo languidece, produce cansancio y corre el peligro de transformarse en desilusión, cuando no en desesperanza. Consciente de todo esto, Pedro escribe estas líneas de aliento; él será uno de los primeros en dar testimonio de su fe; su ejemplo seguro que animó a muchos otros a seguirlo.
Hoy los creyentes no nos vemos expuestos a una persecución tan cruel como en los tiempos de Pedro, al menos en el mundo civilizado; sin embargo en países del tercer mundo sí existe una situación muy similar a la de los primeros cristianos: pensemos en ciertos países africanos y asiáticos. Ahora bien, ¿nos entusiasman a nosotros hoy las palabras de Pedro?, ¿cómo mantenemos nuestra esperanza en la resurrección futura?, ¿se nos alegra el rostro cuando pensamos en nuestro destino final?, ¿creemos aún en la resurrección final?, ¿anhelamos el encuentro con el Padre?, ¿no nos sentimos ya bien aquí en nuestro mundo?, ¿no tenemos la sensación de que crece cada día el número de cristianos indiferentes?, ¿…?
El mensaje del Resucitado era claro: Volved a Galilea, allí me encontraréis. Es decir, necesitamos leer y releer el evangelio desde el comienzo de la vida pública de Jesús en Galilea, para entender y entusiasmarnos con el Señor. Esta es nuestra tarea.
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