miércoles, 16 de julio de 2014

XVI DOMINGO ORDINARIO - A

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 26-27
Hermanos:
El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

COMENTARIO

Si leemos este texto de la carta de san Pablo tras haber leído la parábola del trigo y la cizaña, podemos sacar la impresión de que Pablo está pidiendo a los cristianos de Roma resignación y paciencia hasta que Dios ponga a cada uno en su sitio según los méritos acumulados a lo largo de la vida. Tal vez sea esta la explicación simplista que hemos escuchado desde niños en la catequesis y en la predicación.
La lectura del Libro de la Sabiduría nos hace sospechar que el mensaje de Pablo va por otro lado muy distinto: «Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia». El salmo 85 parece ir por el mismo camino que San Pablo: «Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan».
La serie de castigos con los que los oradores clásicos han enriquecido la literatura cristiana de premios y castigos para los buenos y malos respectivamente no concuerda con el mensaje evangélico de Jesús en la parábola del trigo y la cizaña, que con seguridad lleva el trasfondo de la literatura sapiencial y de la plegaria del salmo 85. Las últimas palabras de Jesús en la cruz corroboran el mensaje: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Por todo esto es bueno que el Espíritu venga en ayuda de nuestra debilidad. El premio que esperamos supera sobremanera el deseo de felicidad del hombre. Necesitamos que el Espíritu interceda por nosotros y en nuestro lugar. Dejemos que él mueva nuestros sentimientos, pensamientos y acciones, para que sean según Dios Padre. Nuestros impulsos de venganza, revanchismo y ajuste de cuentas ofuscan nuestra visión de un Dios misericordioso que jamás se manifiesta en la fuerza destructora del huracán, sino en la brisa suave de la montaña.
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