CARTA
DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8, 28-30
Hermanos:
Sabemos
que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado
conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser
imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los
que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó,
los glorificó.
COMENTARIO
«Sabemos que a los que aman a
Dios todo les sirve para el bien».
Todos conocemos a personas que
presentan un rostro siempre en penumbra, todo lo ven oscuro. Cualquier
acontecimiento de la vida lo interpretan negativamente. Donde otros ven la
botella medio llena, ellos la ven medio vacía. En una palabra, ninguna palabra,
ninguna persona, ningún hecho les sirve para hacer el bien, para ser felices,
para esperar con gozo.
Muy al contrario, son los hijos
de Dios. Cualquier acontecimiento, incluso cualquier desgracia personal la
transforman en vida gozosa. Estos son los que nos asombran constantemente con
sus palabras de esperanza, con sus acciones siempre desconcertantes. Son los
que jamás responden a la violencia con violencia, los que perdonan siempre, los
que acuden a ayudar a quien les acaba de causar algún mal, los que hablan
siempre bien de sus difamadores.
Estos últimos son muchos, aunque
caminan por la vida casi en silencio, sin hacer ruido; y por lo mismo, pasan
inadvertidos. Sin embargo, cuando encontramos a alguno de estos que se cruza en
nuestra vida se nos conmueven las entrañas, con frecuencia sentimos vergüenza
por nuestro propio obrar; al mismo tiempo los admiramos y agradecemos que nos ayuden a mirar el mundo
y a los hombres desde otra perspectiva más próxima a la de Dios Padre y a la
de su hijo, el Señor.
De algo de esto nos habla hoy san
Pablo.
Que el verano nos sirva para
contemplar el mundo desde el prisma de los hijos de Dios.
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