«Después de esto apareció
en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación,
raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con
vestiduras blancas y con palmas en sus manos»
(Ap. 7, 2-40. -14).
COMENTARIO
Por fin encontramos una visión
esperanzadora:
En esa muchedumbre está
representada toda la humanidad.
Todos nos tenemos que sentir incluidos en esa gran
muchedumbre, porque es el amor de Dios Padre el que nos salva y no nuestros méritos.
Gracias a ese inmenso amor hemos sido creados a su imagen y semejanza (Génesis).
Pasamos por un sin fin de tribulaciones, como nos ha visto el autor sagrado,
pero al final el amor de Dios nos rescata junto a él. Una ventana de luz
maravillosa se abre ante nosotros al final de nuestros días. Hoy la Iglesia quiere
que soñemos con ese momento del encuentro con Dios Padre.
De momento esto se nos ha
revelado, pero, afirma san Juan, el autor del Apocalipsis, que «aún no se nos
ha revelado lo que seremos», pero llegará el día en que todos nos encontraremos
como hijos de Dios, fruto del amor de Dios. Todo esto es el futuro; ahora nos
queda seguir a Jesús.
Seguir a Jesús es construir nuestra vida con los criterios y valores que
el propio Jesús nos enseñó mientras estuvo entre nosotros. Estos valores los
tenemos magníficamente recogidos en las bienaventuranzas: Dichosos (santos) los
pobres, que no ansían otra riqueza que la de compartir lo que tienen con otros
que tienen aún menos que ellos; dichosos los hambrientos de pan, que es la
justicia, la compasión, la bondad…; dichosos los limpios, que no conocen la
mentira, los sencillos de corazón, los de palabras sin doble sentido, los de
humor limpio… Dichosos, en fin, los perseguidos por vivir de acuerdo con todos
estos valores porque les espera el abrazo final de Dios Padre a las puertas de
entrada al Paraíso.
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