sábado, 1 de noviembre de 2014

TODOS LOS SANTOS

«Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos» (Ap. 7, 2-40. -14).

COMENTARIO

Por fin encontramos una visión esperanzadora:
En esa muchedumbre está representada toda la humanidad. Todos nos tenemos que sentir incluidos en esa gran muchedumbre, porque es el amor de Dios Padre el que nos salva y no nuestros méritos. Gracias a ese inmenso amor hemos sido creados a su imagen y semejanza (Génesis). Pasamos por un sin fin de tribulaciones, como nos ha visto el autor sagrado, pero al final el amor de Dios nos rescata junto a él. Una ventana de luz maravillosa se abre ante nosotros al final de nuestros días. Hoy la Iglesia quiere que soñemos con ese momento del encuentro con Dios Padre.
De momento esto se nos ha revelado, pero, afirma san Juan, el autor del Apocalipsis, que «aún no se nos ha revelado lo que seremos», pero llegará el día en que todos nos encontraremos como hijos de Dios, fruto del amor de Dios. Todo esto es el futuro; ahora nos queda seguir a Jesús.
Seguir a Jesús es construir nuestra vida con los criterios y valores que el propio Jesús nos enseñó mientras estuvo entre nosotros. Estos valores los tenemos magníficamente recogidos en las bienaventuranzas: Dichosos (santos) los pobres, que no ansían otra riqueza que la de compartir lo que tienen con otros que tienen aún menos que ellos; dichosos los hambrientos de pan, que es la justicia, la compasión, la bondad…; dichosos los limpios, que no conocen la mentira, los sencillos de corazón, los de palabras sin doble sentido, los de humor limpio… Dichosos, en fin, los perseguidos por vivir de acuerdo con todos estos valores porque les espera el abrazo final de Dios Padre a las puertas de entrada al Paraíso.
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