jueves, 4 de diciembre de 2014

II DOMINGO DE ADVIENTO - B

SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PEDRO 3, 8-14
Queridos hermanos:
No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan.
El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá. Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida!
Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables.

COMENTARIO

En el primer domingo del adviento se nos pedía una vigilancia activa, expectante, no pasiva como quien espera a que suceda algo y no hace nada para que sus sueños se conviertan en realidad: La vigilancia del creyente pone en movimiento su entorno para transformarlo y convertirlo en el mundo que él ha soñado.
Hoy se nos pide la conversión, como el primer paso que hay que dar para hacer realidad el Reino de Dios. El profeta Isaías habla de preparar los caminos, enderezar las sendas, allanar el terreno escabroso; Juan el Bautista habla de bautizarse para que sean perdonados los pecados y presentarse así limpios a la venida del Salvador; Pedro exhorta a la comunidad cristiana a tener paciencia: Hay que esperar sin desesperar, hay que esperar apresurando la venida del Señor; Dios Padre es paciente, espera nuestra conversión.
La segunda carta de Pedro es también un mensaje de renovada ilusión. Los creyentes esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva; por lo tanto no caigamos en el desaliento, sino que aceleremos su llegada; que el Señor nos encuentre en paz con él.
El profeta Isaías levanta el ánimo de un pueblo judío desalentado, ignorante de su pronta liberación. El Bautista, con la fuerza de su palabra y la austeridad de su vida, despierta las expectativas de un pueblo, humillado y esclavizado por el poderoso Imperio romano. Finalmente, Pedro trata de mantener viva la fe de la primitiva comunidad cristiana, quien se siente olvidada por el Señor.
¿Cuál es la perspectiva de nuestras comunidades cristianas? Tenemos la sensación de que se impone la fuerza de los que quieren hacer desaparecer el cristianismo. Se incrementa cada día el número de los creyentes sin ilusión, de los indiferentes, de los vergonzosos, de los temerosos, de los faltos de valor para ser testigos en el mundo que nos ha tocado vivir.
Hoy puede ser un buen día para releer la profecía de Isaías: Es el mismísimo Dios  quien viene a salvarnos. ¡Cobremos ánimo!
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