SEGUNDA
CARTA DEL APÓSTOL SAN PEDRO 3, 8-14
Queridos
hermanos:
No
perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años
como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo
que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que
nadie perezca, sino que todos se conviertan.
El día
del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran
estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus
obras se consumirá. Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué
santa y piadosa ha de ser vuestra vida!
Esperad
y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos
por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la
promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto,
queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios
os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables.
COMENTARIO
En
el primer domingo del adviento se nos pedía una vigilancia activa, expectante,
no pasiva como quien espera a que suceda algo y no hace nada para que sus
sueños se conviertan en realidad: La vigilancia del creyente pone en movimiento
su entorno para transformarlo y convertirlo en el mundo que él ha soñado.
Hoy
se nos pide la conversión, como el primer paso que hay que dar para hacer
realidad el Reino de Dios. El profeta Isaías habla de preparar los caminos,
enderezar las sendas, allanar el terreno escabroso; Juan el Bautista habla de
bautizarse para que sean perdonados los pecados y presentarse así limpios a la
venida del Salvador; Pedro exhorta a la comunidad cristiana a tener paciencia:
Hay que esperar sin desesperar, hay que esperar apresurando la venida del
Señor; Dios Padre es paciente, espera nuestra conversión.
La
segunda carta de Pedro es también un mensaje de renovada ilusión. Los creyentes
esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva; por lo tanto no caigamos en el
desaliento, sino que aceleremos su llegada; que el Señor nos encuentre en paz
con él.
El
profeta Isaías levanta el ánimo de un pueblo judío desalentado, ignorante de su
pronta liberación. El Bautista, con la fuerza de su palabra y la austeridad de
su vida, despierta las expectativas de un pueblo, humillado y esclavizado por
el poderoso Imperio romano. Finalmente, Pedro trata de mantener viva la fe de
la primitiva comunidad cristiana, quien se siente olvidada por el Señor.
¿Cuál
es la perspectiva de nuestras comunidades cristianas? Tenemos la sensación de
que se impone la fuerza de los que quieren hacer desaparecer el cristianismo.
Se incrementa cada día el número de los creyentes sin ilusión, de los
indiferentes, de los vergonzosos, de los temerosos, de los faltos de valor para
ser testigos en el mundo que nos ha tocado vivir.
Hoy puede ser un buen día para releer la profecía de Isaías: Es el
mismísimo Dios quien viene a salvarnos.
¡Cobremos ánimo!
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