sábado, 27 de diciembre de 2014

II DOMINGO DE NAVIDAD - B

EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 1, 1- 18
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Este es de quien dije: el que viene detrás de mi pasa delante de mí, porque existía antes que yo"
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

COMENTARIO

Dos mundos se contraponen en el texto de Juan: el mundo de la carne y el mundo de Dios. En el mundo de la carne hay tinieblas, ausencia de vida inmortal; el mundo de Dios aporta luz y vida eterna.
Antes de la venida del Hijo de Dios lo más que podía contemplar el mundo eran testigos de la luz, de la vida: Juan se define a sí mismo como testigo de la luz; pero la vida no viene al mundo hasta que no se encarna en él la Palabra de Dios, su Hijo.
Si es cierto que el Hijo de Dios se hace hombre, se encarna, no es menos cierto que la vida divina, la luz que trae con él tan solo es eficaz si la aceptamos. El Hijo de Dios no viene al mundo a molestar, no es un intruso. Quien no le acepta permanece en las tinieblas, en el reino de la muerte; quien le acepta entra en el reino de la vida divina, se convierte en hijo de Dios y en heredero de las promesas.
Este es el misterio que celebramos en la Navidad: Dios se hace uno de nosotros por que nos ama y, por tanto, nos quiere partícipes de su vida divina; sin embargo, no fuerza nuestra voluntad, pide que lo aceptemos libremente. A cuantos le reciben les da el poder de ser hijos si creen en su nombre.
Así pues, acerquémonos a Belén a adorar, a manifestar nuestra fe en el Hijo de Dios.
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