LIBRO
DEL LEVÍTICO 13,
1-2.44-46
El
Señor dijo a Moisés y a Aarón:
–
«Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y
se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de
sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote
lo declarará impuro de lepra en la cabeza.
El
que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la
barba tapada y gritando: ¡impuro, impuro!
Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada
fuera del campamento».
COMENTARIO
Este
pasaje del Levítico nos presenta la enfermedad como uno de los obstáculos que
impedían al hombre relacionarse con Dios; al tratarse de una enfermedad tan
grave, prácticamente incurable en el mundo de entonces, la posibilidad de que
el buen israelita pudiera acercarse a la presencia de Yahvé era mínima, salvo
en caso de curación.
Si
bien este pasaje cobra su sentido en el contexto del texto evangélico que
escuchamos en este domingo. Jesús reabre el camino de la relación con Yahvé, la
enfermedad ya no será un impedimento para ponerse en contacto con Dios: Dios es
Padre; que abre su amor a todos sus hijos, y más en especial a los más enfermos
y pecadores. Nadie puede quedar excluido de su amor. La curación de Jesús de la
enfermedad, el perdón de los pecadores es apertura de la puerta que da acceso a
Dios Padre. El enfermo y el pecador se sienten liberados más que de la
enfermedad o del pecado, de la atadura, trenzada por la sociedad religiosa de
todos los tiempos, y que imposibilita toda relación afectuosa con Dios.
Pensemos: ¿No estamos poblando nuestro mundo de
ataduras similares a las de la lepra, apropiándonos del cariño de Dios Padre en
exclusiva? Los pastores están llamados a romper las ataduras que impiden a
tantos hijos de Dios sentirse amados con predilección por Dios Padre.
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