LIBRO
DE ISAÍAS 50, 4-7
Mi
Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una
palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los
iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí
la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no
me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no
sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no
quedaría defraudado.
COMENTARIO
Con este
texto, de literatura bellísima, la Iglesia nos invita a leerlo en el contexto
de los nuevos tiempos, los tiempos de Jesús, el Hijo de Dios, enviado, como el
profeta en los tiempos del destierro de Babilonia, a decir una palabra de
consolación a su pueblo. Esta palabra la vamos a escuchar a lo largo de la Semana Santa , que
ahora iniciamos. Estemos atentos al mensaje que para nosotros hoy nos trae.
Como
el profeta, el Hijo de Dios se presenta como el siervo enviado, expuesto a todo
tipo de vejaciones, sufriente, no respondiendo a los ultrajes, insultos o
amenazas que contra él se dirigen.
La
misión del Hijo de Dios es triunfadora, a pesar del aparente fracaso, y
salvadora para todos los que crean en él.
Al
mismo tiempo, esta imagen del Hijo de Dios debe trasparentarse en sus
discípulos. Este es el compromiso que debemos asumir los que en él hemos
creído. Este ha de ser el camino de evangelización de los nuevos tiempos,
inaugurados por Jesús.
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