martes, 21 de abril de 2015

IV DOMINGO DE PASCUA - B

Hechos de los Apóstoles 4, 8-12

En aquellos días, Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: –Jefes del pueblo y senadores, escuchadme: porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre. Pues quede bien claro, a vosotros y a todo Israel, que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar y, bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos. 

COMENTARIO
A los jefes y senadores del pueblo judío les preocupa la curación del paralítico, porque ha sido hecha en nombre de Jesús a quien ellos mandaron a la cruz. Si Jesús ha curado al paralítico significa que está vivo, porque es capaz de actuar, en este caso curando a un enfermo; y si está vivo es que ha resucitado, porque ellos están seguros de que murió en una cruz. Aceptar el milagro es aceptar que Jesús ha resucitado y vive; que era justo y ha sido justificado por Dios. Ahora bien aceptar esto significa cambiar toda su teología de la salvación. Dios ha establecido un nuevo pacto con el hombre: Ahora la salvación viene por medio de Jesús; así pues todo su mundo de ritos religiosos se viene abajo.
A Pedro no le extraña la pregunta que le hacen en busca de una respuesta que les satisfaga, pero no puede sino decir la verdad: Ahora Jesús, el Hijo de Dios, se ha convertido en la piedra angular del nuevo edificio, la Iglesia y todos están llamados a tomar parte de la nueva construcción, como piedras vivas de ese nuevo templo.
A Los jefes y senadores del pueblo les resulta imposible aceptar la respuesta e invitación de Pedro. La pregunta para nosotros hoy es si aceptamos que Jesús sea la piedra angular, en el que toda nuestra vida se fundamente; porque aceptar que Jesús ha resucitado y vive es asumir un nuevo modo de vida acorde con el evangelio, con la forma de vivir nueva que el propio Jesús inauguró: vivir dando la propia vida por los otros.
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