miércoles, 29 de abril de 2015

V DOMINGO DE PASCUA - B

HECHOS DE LOS APÓSTOLES 9, 26-31
En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles.
Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús.
Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos lo bajaron a Cesarea y le hicieron embarcarse para Tarso.
Entre tanto la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo.

COMENTARIO

Aceptar al otro, al que no se conoce, a quien se tiene como perseguidor y enemigo, no es sencillo. La primitiva comunidad nos sirve de modelo para una actitud renovada en nuestro tiempo: El cristiano debe estar siempre abierto, dispuesto a acoger a todos, a escuchar siempre, a aceptar a quien se acerca en busca de luz, aunque aparezca como nuestro enemigo.
Una segunda actitud nos la ofrece Pablo: Manifestar la propia fe en el resucitado; ese encuentro con el resucitado que nos ha transformado no debemos esconderlo, apropiárnoslo como si fuera nuestro en exclusiva. El don recibido de la fe hemos de ponerlo en una lámpara, como luz destinada a alumbrar a todos, creyentes y no creyentes.
La última actitud que encontramos en el pasaje de hoy es la solidaridad, la ayuda al hermano que nos necesita: Aquellos primeros cristianos se apoyaban y defendían unos a otros como si de la propia vida se tratara.
Las consecuencias de estas tres maravillosas actitudes cristianas son la paz y el crecimiento de la comunidad en número y en fidelidad al evangelio.
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