HECHOS
DE LOS APÓSTOLES 9, 26-31
En
aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los
discípulos, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces
Bernabé se lo presentó a los apóstoles.
Saulo
les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo
en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús.
Saulo
se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén predicando públicamente
el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua
griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos lo bajaron a
Cesarea y le hicieron embarcarse para Tarso.
Entre
tanto la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba
construyendo y progresaba en la fidelidad y se multiplicaba animada por el
Espíritu Santo.
COMENTARIO
Aceptar
al otro, al que no se conoce, a quien se tiene como perseguidor y enemigo, no
es sencillo. La primitiva comunidad nos sirve de modelo para una actitud
renovada en nuestro tiempo: El cristiano debe estar siempre abierto, dispuesto
a acoger a todos, a escuchar siempre, a aceptar a quien se acerca en busca de
luz, aunque aparezca como nuestro enemigo.
Una
segunda actitud nos la
ofrece Pablo : Manifestar la propia fe en el resucitado; ese
encuentro con el resucitado que nos ha transformado no debemos esconderlo,
apropiárnoslo como si fuera nuestro en exclusiva. El don recibido de la fe
hemos de ponerlo en una lámpara, como luz destinada a alumbrar a todos,
creyentes y no creyentes.
La
última actitud que encontramos en el pasaje de hoy es la solidaridad, la ayuda
al hermano que nos necesita: Aquellos primeros cristianos se apoyaban y
defendían unos a otros como si de la propia vida se tratara.
Las consecuencias de estas tres maravillosas actitudes cristianas son la
paz y el crecimiento de la comunidad en número y en fidelidad al evangelio.
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