jueves, 30 de julio de 2015

XVIII DOMINGO ORDINARIO - B

Lectura del Libro del Exodo 16, 2-4. 12-15.

En aquellos días, la comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto diciendo:
-¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad.
El Señor dijo a Moisés:
-Yo haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no. He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles de mi parte: «Al atardecer comeréis carne, por la mañana os hartaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor Dios vuestro».
Por la tarde una banda de codornices cubrió todo el campamento; por la mañana había una capa de rocío alrededor de él. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo parecido a la escarcha. Al verlo, los israelitas se dijeron:
-¿Qué es esto?
Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: «Es el pan que el Señor os da de comer».

COMENTARIO

Yo haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no». Así habla Dios a Moisés, cuando los israelitas se lamentan y añoran los alimentos de que disfrutaban en Egipto. Prefieren la esclavitud del pasado a la libertad que se les ofrece en esperanza.
Los creyentes estamos llamados a vivir en esperanza. Podemos escoger el camino de la esclavitud o el de la esperanza.
La esclavitud significa seguridad, comodidad; no es necesario pensar en el mañana, porque todo viene dado. El camino siempre es el mismo, todo es monotonía: el hoy repetido cada día; carece de originalidad; no hay espacio para la creatividad ni la ilusión de la novedad; ni siquiera hay necesidad de añorar el ayer, porque el ayer es también el hoy y el mañana. No existe la superación ni el deseo de mejora de la situación ni de perfección. El desánimo, la apatía, la desilusión, la tristeza… son los frutos que germinan en el campo de la esclavitud. Quien escoge este camino, al final de la vida, encuentra el vacío total, la desesperación, el infierno.
Vivir en esperanza es el camino opuesto al anterior. La esperanza nos habla de vida en construcción, de ilusión, utopía, deseo de superarse y de alcanzar el mayor grado de perfección, de felicidad. La esperanza significa novedad: El hoy no es el ayer ni el mañana; cada día amanece de forma diferente, el color del sol naciente presenta matices diferentes cada amanecer. Quien vive en esperanza se levanta cada mañana dispuesto a afrontar el nuevo reto que le presenta la vida y sueña con una felicidad nueva, más plena.
Quien no confía ciegamente en Dios Padre está avocado a vivir en esclavitud; quien se fía plenamente de Dios escoge el camino de la libertad, de la esperanza liberadora.
Israel no resistió la dureza del desierto que le llevaba a la tierra de la esperanza y prefirió los ajos y cebollas de Egipto; necesitó del apoyo constante de Yahvé, quien por medio de innumerables prodigios mantuvo la débil esperanza de su pueblo predilecto durante los cuarenta años de camino.
Hoy también Dios Padre nos invita a vivir en la inseguridad de la esperanza; nos invita a confiar ciegamente en él. Hoy, como ayer con Israel, Dios seguirá fortaleciendo nuestra esperanza cuando decaiga, porque también nosotros somos sus hijos predilectos.
Los discípulos de Jesús, el Señor, estamos invitados a vivir de esperanza y contamos con la fuerza del Espíritu, para no decaer. No dudemos que llegaremos a la meta, pues Dios camina con nosotros: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 20).
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