CARTA
DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 5, 21-32
Hermanos:
Sed
sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus
maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo
es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia
se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.
Maridos,
amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo
por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y
para colocarla ante sí, gloriosa, La Iglesia sin mancha ni arruga ni nada
semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus
mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues
nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como
Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso
abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los
dos una sola carne». Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la
Iglesia.
COMENTARIO
Salvando
el tiempo y la mentalidad del tiempo de san Pablo, hemos de ahondar en el texto
para encontrar el principio válido para el tiempo de san Pablo y para el
nuestro.
El
símil que usa el texto para referirse al matrimonio, el marido debe amar a su
mujer como Cristo amó a la Iglesia, es comprensible para cualquier persona; no
obstante, el amor ha de ser recíproco: marido y mujer han de amarse mutuamente
como Cristo ama a su Iglesia, y la Iglesia ha de corresponder al amor de Cristo
hasta alcanzar el nivel del amor de Cristo hacia ella: en esta tarea aún le
queda camino por recorrer a la Iglesia. Teniendo en cuenta que la Iglesia no es
un ente abstracto, sino que está formada por el conjunto de los creyentes,
estos han de tender hacia esa meta utópica del amor pleno.
Según
esta imagen del matrimonio que nos proporciona san Pablo, podemos entender un
poco mejor los motivos de no comprensión, de no aceptación, de no respeto, de
separación de tantos matrimonios cristianos.
Ahora
bien, ¿cómo ama Cristo a su Iglesia?, ¿cómo nos ama Cristo a los creyentes? En
la respuesta está la clave: Cristo, a pesar de su condición
divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su
rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así,
actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz (Flp. 2, 5-11).
El amor de Cristo es un amor de renuncia, de entrega total; así ha de
ser el amor entre los esposos. Y parece ser que esto es lo que se prometen
mutuamente el día de la celebración del sacramento del matrimonio. ¿Son siempre
conscientes de este compromiso que adquieren?
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