jueves, 27 de agosto de 2015

XXII DOMINGO ORDINARIO - B

LECTURA DEL LIBRO DEL DEUTERONOMIO 4, 1-2.6-8

Moisés habló al pueblo diciendo:
- Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os va a dar. Estos mandatos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: «Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente». Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros siempre que lo invocamos? Y ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta Ley que hoy os doy?

COMENTARIO

La Ley de Moisés la resumió siglos más tarde el propio Hijo de Dios: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Pocos años después el evangelista san Juan interpretará certeramente el resumen del Maestro: Quien no ama al prójimo a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve; o sea que hay que amar a Dios en el prójimo.
El apóstol Santiago en su carta dirá que la religión auténtica es la de aquel que pone su empeño en visitar huérfanos y atender a las viudas.
A lo largo de los siglos la Iglesia ha ido ahondando en el mandato del maestro, amaos unos a otros como yo os he amado, y entiende que el preocuparse en servir a los más desheredados, a los «descartados», como los define el papa Francisco es cumplir la Ley entera y los profetas.
Y esto es amar a Dios, y el resto es cuento y ganas de evadirse de la tarea que Dios Padre nos ha encomendado mientras caminamos por esta tierra. Nos lo advierte Jesús con claridad en el evangelio que escuchamos este domingo: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
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