LECTURA DEL LIBRO DEL DEUTERONOMIO 4, 1-2.6-8
Moisés habló al pueblo diciendo:
- Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os
mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el
Señor Dios de vuestros padres os va a dar. Estos mandatos son vuestra sabiduría
y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de
todos ellos, dirán: «Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e
inteligente». Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses
tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros siempre que lo invocamos? Y ¿cuál
es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta Ley
que hoy os doy?
COMENTARIO
La Ley de Moisés la resumió siglos más tarde el propio Hijo
de Dios: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Pocos años después el evangelista san Juan interpretará
certeramente el resumen del Maestro: Quien no ama al prójimo a quien ve no
puede amar a Dios a quien no ve; o sea que hay que amar a Dios en el prójimo.
El apóstol Santiago en su carta dirá que la religión
auténtica es la de aquel que pone su empeño en visitar huérfanos y atender a
las viudas.
A lo largo de los siglos la Iglesia ha ido ahondando en el
mandato del maestro, amaos unos a otros
como yo os he amado, y entiende que el preocuparse en servir a los más
desheredados, a los «descartados», como los define el papa Francisco es cumplir
la Ley entera y los profetas.
Y esto es amar a Dios, y el resto es cuento y ganas de
evadirse de la tarea que Dios Padre nos ha encomendado mientras caminamos por
esta tierra. Nos lo advierte Jesús con claridad en el evangelio que escuchamos
este domingo: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la
tradición de los hombres».
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