LIBRO
DE ISAÍAS Is. 35, 4-7A
Decid
a los cobardes de corazón:
-Sed
fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en
persona, os resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos
del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.
Porque han brotado aguas del desierto, torrentes de la estepa; el páramo será
un estanque, lo reseco un manantial.
COMENTARIO
En
medio de una situación apocalíptica, desastrosa para el hombre y provocada
generalmente por su mal obrar, una luz de esperanza siempre queda. Esta luz nos
habla de la presencia de Dios en nuestro quehacer diario; Dios no olvida al
hombre jamás.
Las
palabras de esperanza de Isaías pueden cobrar fuerza de ánimo en el hombre que
se siente hijo de un Dios Padre. «¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho,
sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te
olvidaré» (Is. 49,15).
Dios
Padre, según el profeta Isaías, corroborado por el propio Hijo de Dios en el
evangelio de este día, se preocupa de que sus hijos sean felices y que esta
felicidad alcance no solo su espíritu sino también la totalidad de la persona y
que llegue hasta cada uno de sus miembros: oídos, ojos, lengua, pies…
Es
verdad, que con frecuencia nos sentimos hundidos, deprimidos, desalentados…
Muchas veces provocamos esta situación nosotros mismos: la tentación nos atrae,
pero el pecado nos precipita en el abismo del desaliento y la incapacidad de
vencer el mal. Es entonces cuando las palabras del profeta Isaías pueden
animarnos. En esos momentos Dios Padre toma cartas en el asunto y no deja que
nos ciegue la tiniebla; es entonces cuando nos envía esta luz de esperanza en
la palabra del profeta.
Dios Padre se mantiene en vela por nuestra felicidad.
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