jueves, 17 de septiembre de 2015

XXV DOMINGO ORDINARIO - B

LIBRO DE LA SABIDURÍA 2, 12.17-20
Se dijeron los impíos: «Acechemos al justo, que nos resulta incomodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y solo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenamos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él».

COMENTARIO

Cuando Jesús dice a sus discípulos más cercanos: el Hijo del Hombre va ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, con toda probabilidad no se acordaron del texto, que leemos hoy en la eucaristía, del Libro de la Sabiduría. Jesús ciertamente sí que recordó estas palabras, y la explicación que les ofrece está basada en ellas.
Tanto en este pasaje como en el evangelio que leemos en este día, observamos una clara contraposición de dos tipos de hombre, o de humanidad si así lo preferimos. Se trata de la misma contraposición que hace san Pablo del hombre viejo y del nuevo: Hemos de revestirnos del hombre nuevo hecho a semejanza del Hijo del Hombre y desvestirnos antes del viejo, hecho de pasiones, vicios, pecado…
Sin embargo, aunque nos parezca extraño, el hombre nuevo debe ponerse en manos del hombre viejo, morir a sus manos. Esto lo refleja muy bien el Libro de la Sabiduría: Acechemos al justo que nos resulta tedioso y démosle muerte, a ver si es verdad que Dios le escucha. Desde allí, desde la muerte es cuando puede actuar. Es a partir de este momento como Dios Padre actuará: le hará resurgir «resucitar». El autor del Libro de la Sabiduría se muestra esperanzado de que así ocurra, y el Hijo del Hombre está convencido de que así sucederá y así pretende hacérselo creer a sus discípulos.
Añade algo más el texto evangélico que hoy escuchamos: para llegar a esa fe, que Jesús les pide a sus más cercanos, es necesario hacerse niño: Un niño se fía totalmente de su padre, porque su padre lo sabe todo y lo puede todo.
Así han de ser los nuevos creyentes: niños que se fían totalmente de Dios Padre.
Los creyentes debemos morir para resucitar. Y el resucitar ya no es tarea nuestra, porque supera nuestras fuerzas, es tarea de Dios: Dios Padre se ocupará de nosotros, los justos, asegura el autor del Libro de la Sabiduría.
Tengamos la fe de un niño: Nuestro Padre Dios lo puede todo.
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