LIBRO DE LOS
NÚMEROS 11, 25-29
En aquellos días el Señor bajó en la nube, habló con Moisés
y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los sesenta ancianos;
al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron en seguida a profetizar. Habían
quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad; aunque estaban
en la lista no habían acudido a la tienda, pero el espíritu se posó sobre ellos
y se pusieron a profetizar en el campamento. Un muchacho corrió a contárselo a
Moisés:
- Eldad y Medad están profetizando en el campamento.
Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven,
intervino:
- Moisés, señor mío, prohíbeselo.
Moisés le respondió:
- ¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor
fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!
COMENTARIO
Ojalá todo el
pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor. El pasaje del Libro de
los Números que leemos en este domingo nos habla de un Dios que quiere
comunicarse con su pueblo y que no se deja atar por nadie ni nada: El Espíritu
es libre y actúa sin someterse a las normas
humanas; al mismo tiempo no actúa contra lo que él mismo ha establecido:
mantiene un perfecto equilibrio entre la institución y el carisma, siempre
creativo.
Pero hay mucho más en este breve pasaje: Yahvé valora
la ancianidad como la edad en la que se almacena la sabiduría; nos habla de los
celos que pueden surgir en el pueblo de Dios; Nos habla de compartir el don del
Espíritu recibido con los demás.
Es mucho lo
que nos quiere comunicar Dios Padre en este día: que debemos abandonar nuestras
intransigencias, nuestros temores; que no hemos de poner límites a la acción
del Espíritu, quien no se deja manejar por nadie; que hemos de relegar nuestros
celos, nuestras envidias que minan la eficacia de nuestras encendidas palabras
y generosas acciones; que la divinidad también se hace presente en otras
culturas, religiones, creencias, razas, personas incultas, pecadores…; que
hemos de apreciar a nuestros ancianos, que portan la sabiduría que dan los años
y la vida vivida.
En una palabra, Dios Padre se hace accesible a
todos, provoca el encuentro paternal y espera pacientemente a que este ocurra,
para organizar la fiesta del banquete eterno.
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