LIBRO
DEL GÉNESIS 2,18-24
El
Señor Dios se dijo:
-No
está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude.
Entonces
el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros
del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada
ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. Así el hombre puso nombre
a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del
campo; pero no se encontraba ninguno como él que le ayudase. Entonces el Señor
Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una
costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que
le había sacado al hombre haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. El
hombre dijo:
-¡Esta
sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque
ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se
unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.
COMENTARIO
Nuestros
antepasados no contaban con el bagaje de ciencia que hoy poseemos nosotros. Las
ciencias humanas, elaboradas por el hombre, han conseguido reunir tal cantidad de
conocimientos acerca del ser humano y su complejidad que hoy casi nos parece
imposible que podamos descubrir algo nuevo. Dentro de unos años, tal vez
tengamos que arrepentirnos de esta afirmación.
El
caso es que nuestros abuelos consiguieron dejarnos una explicación certera de
cómo entendían ellos el ser varón y mujer. Nos transmiten sus conocimientos por
medio de leyendas mitológicas, pero lo suficientemente claras para que
asimilemos con facilidad lo que nos quieren transmitir. En el texto del
Génesis, los creyentes sabemos que es el propio Dios quien nos habla por medio
del autor sagrado.
Es
así que ellos ven, según me parece apreciar en el relato del Génesis, que el
varón y la mujer están llamados a ser uno. Yahvé parece divertirse en no dar
todo el trabajo hecho al hombre (varón y mujer): se trata de una tarea que
llevará al hombre toda su vida terrena en conseguirla.
Son
muchos los matrimonios de nuestros mayores quienes suscitan nuestra admiración
y alabanza por haber llegado a alcanzar una alta compenetración y amor mutuo al
final de su vida. Cuando a una pareja de ancianos les preguntamos si volverían
a casarse de retorna a sus años de noviazgo, sin dudarlo, afirman que sí.
En
el evangelio de este día Jesús argumenta a sus oyentes: Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Y es que
se trata precisamente de terquedad;
pero esta terquedad hay que practicarla en la construcción de la vida
matrimonial y familiar, no en el sentido en el que Jesús la aplica aquí.
Entendida así, la terquedad se convierte en virtud. Sin embargo, hoy hemos
desterrado de nuestra vida el sacrificio, el aguante, el sufrimiento, la
tolerancia, la paciencia, la constancia… y la terquedad.
San
Pablo a los Gálatas se lo aconseja de forma parecida, pero sin duda más
pedagógica y constructiva: Sobrellevad
los unos las cargas de los otros y cumplid así la ley de Cristo (Gal. 6,2).
Es siguiendo este sencillo precepto cómo nuestros matrimonios de ancianos han
llegado a una edad avanzada y ahora saborean el fruto de su vida matrimonial.
Este
precepto de san Pablo es aplicable a la vida matrimonial y familiar, pero
también es válido para la vida de la Iglesia, la vida en comunidades
religiosas, la vida en grupos y la vida en sociedad.
Pidamos al Padre que nos conceda ser tercos en sobrellevar los unos las
cargas de los otros.
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