miércoles, 30 de septiembre de 2015

XXVII DOMINGO ORDINARIO - B

LIBRO DEL GÉNESIS 2,18-24
El Señor Dios se dijo:
-No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude.
Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. Así el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no se encontraba ninguno como él que le ayudase. Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. El hombre dijo:
-¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.

COMENTARIO

Nuestros antepasados no contaban con el bagaje de ciencia que hoy poseemos nosotros. Las ciencias humanas, elaboradas por el hombre, han conseguido reunir tal cantidad de conocimientos acerca del ser humano y su complejidad que hoy casi nos parece imposible que podamos descubrir algo nuevo. Dentro de unos años, tal vez tengamos que arrepentirnos de esta afirmación.
El caso es que nuestros abuelos consiguieron dejarnos una explicación certera de cómo entendían ellos el ser varón y mujer. Nos transmiten sus conocimientos por medio de leyendas mitológicas, pero lo suficientemente claras para que asimilemos con facilidad lo que nos quieren transmitir. En el texto del Génesis, los creyentes sabemos que es el propio Dios quien nos habla por medio del autor sagrado.
Es así que ellos ven, según me parece apreciar en el relato del Génesis, que el varón y la mujer están llamados a ser uno. Yahvé parece divertirse en no dar todo el trabajo hecho al hombre (varón y mujer): se trata de una tarea que llevará al hombre toda su vida terrena en conseguirla.
Son muchos los matrimonios de nuestros mayores quienes suscitan nuestra admiración y alabanza por haber llegado a alcanzar una alta compenetración y amor mutuo al final de su vida. Cuando a una pareja de ancianos les preguntamos si volverían a casarse de retorna a sus años de noviazgo, sin dudarlo, afirman que sí.
En el evangelio de este día Jesús argumenta a sus oyentes: Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Y es que se trata precisamente de terquedad; pero esta terquedad hay que practicarla en la construcción de la vida matrimonial y familiar, no en el sentido en el que Jesús la aplica aquí. Entendida así, la terquedad se convierte en virtud. Sin embargo, hoy hemos desterrado de nuestra vida el sacrificio, el aguante, el sufrimiento, la tolerancia, la paciencia, la constancia… y la terquedad.
San Pablo a los Gálatas se lo aconseja de forma parecida, pero sin duda más pedagógica y constructiva: Sobrellevad los unos las cargas de los otros y cumplid así la ley de Cristo (Gal. 6,2). Es siguiendo este sencillo precepto cómo nuestros matrimonios de ancianos han llegado a una edad avanzada y ahora saborean el fruto de su vida matrimonial.
Este precepto de san Pablo es aplicable a la vida matrimonial y familiar, pero también es válido para la vida de la Iglesia, la vida en comunidades religiosas, la vida en grupos y la vida en sociedad.
Pidamos al Padre que nos conceda ser tercos en sobrellevar los unos las cargas de los otros.
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