miércoles, 21 de octubre de 2015

XXX DOMINGO ORDINARIO - B

Libro del profeta Jeremías (31, 7-9)
Esto dice el Señor: Gritad de alegría por Jacob. Regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y bendecid. El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del Norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos. Una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano que no tropezarán. Seré un padre para Israel.

COMENTARIO

Este texto se puede entender como una invitación a Judá para que reciba con alegría de hermano a Israel, que regresa del exilio. A la par que Isaías, también este profeta interpreta el retorno del destierro como una nueva salida de Egipto. En el retorno se invita al regocijo: proclamad, alabad y bendecid. A pesar de la exhortación al júbilo, la escena queda impregnada del dolor e indigencia de los peregrinos: entre ellos hay ciegos y cojos.
Ahora proyectemos esa escena y hagamos un paralelismo con la marcha de los refugiados que caminan hacia Europa. Se nos antoja que la Biblia tiene mucho que aportar y que somos nosotros los creyentes quienes debemos ser conscientes de ello y hacer conscientes a los demás: denunciar y actuar.
Nosotros representamos el papel de Judá. Se nos invita a recibir con alegría de hermanos a los que vienen soñando en una Tierra Prometida. Nos imaginan con los brazos abiertos de hermanos, que aliviarán su sufrimiento y compartan una parte de su bienestar. Una avanzadilla ya se ha adelantado a auxiliarlos con comida, ropa, medicinas…; estos son, así queremos imaginar, quienes les animan a alegrarse por el final feliz de su penoso camino.
¿Qué es lo que encuentran al llegar a  Europa (Tierra Prometida)? Estos días la primera página de la prensa nos muestra una imagen de una multitud anónima caminando penosamente: con esperanza al comienzo del itinerario, pero con el transcurso de los días, cansados, desilusionados; tal vez aún les quede un rescoldo de esperanza a muchos de ellos; en último término, la opción de volverse atrás se nos antoja imposible.
¿Qué les ofrecemos nosotros, supuestamente hermanos suyos? ¿Los recibimos como Judá recibiría a Israel?: Tendréis cánticos como en la noche en que celebráis la fiesta, y alegría de corazón como cuando uno marcha al son de la flauta, para ir al monte del Señor, a la Roca de Israel (Is.30, 29). Desde luego, la imagen de esos refugiados atravesando Eslovenia y escoltados por la policía y el ejército nos hace pensar que no en todos los sitios se les recibe con júbilo. Queda muy lejos esta imagen, de la que describe el profeta Isaías o de la del Padre que recibe al hijo pródigo del evangelio de San Lucas (Lc. 15, 11-32). Más bien la imagen vista en los medios de comunicación de estos últimos días nos rememora la imagen de tiempos que creíamos superados: la marcha de los judíos hacia los campos de exterminio nazi –a juicio de algún periódico de esta semana pasada.
Los creyentes no nos tenemos que dejar llevar por la corriente de xenofobia que pueda darse en nuestro mundo occidental. No es fácil remar contra corriente, pero ahí están los innumerables ejemplos de voluntariado, creyentes y no creyentes; sencillamente gentes de corazón grande, que se conmueven ante tanta miseria humana. A este ejército debemos incorporarnos también nosotros. El Señor camina a nuestro lado, en medio de esa incontable muchedumbre, pidiendo angustiado nuestra ayuda.
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