jueves, 5 de noviembre de 2015

XXXII DOMINGO ORDINARIO - B

LIBRO PRIMERO DE LOS REYES 17, 10-16
En aquellos días, Elías se puso en camino hacia Sarepta, y al llegar a la puerta de la ciudad encontró allí una viuda que recogía leña.
La llamó y le dijo:
- Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.
Mientras iba a buscarla le gritó:
- Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.
Respondió ella:
- Te juro por el Señor tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.
Respondió Elías:
- No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor Dios de Israel: «La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra».
Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó: como lo había dicho el Señor por medio de Elías.

COMENTARIO

La fe sometida a la prueba del fuego: Sucede en la vida del gran profeta Elías y en la de aquella pobre viuda que le da de comer y beber. Del mismo modo Dios Padre puede poner nuestra propia fe a esta prueba. Es en esos momentos cuando tenemos que estar vigilantes para saber ver la presencia de Dios en nuestras vidas.
La historia de estos dos personajes, Elías y la viuda, y la viuda que encontramos en el relato evangélico son las luces que hoy el Señor nos ofrece para iluminar nuestro caminar  de creyentes.
El profeta Elías, en tiempos difíciles de sequía, se refugia junto al torrente Querit por orden de Yahvé. El torrente se seca y, por orden del mismo Yahvé, debe ponerse en camino hacia Sarepta, donde una pobre viuda le dará de comer. ¿Qué puede esperar de alguien que es mujer, viuda y además pobre, en tiempos de tanta carestía? Aquí la fe en Yahvé se pone al límite.
La pobre viuda que debe alimentar al profeta ha salido a recoger un poco de leña para preparar un panecillo para ella y su hijo, comérselo y después enfrentarse a un morir lento y doloroso: Tan solo quien se ha visto en el límite de la hambruna puede describirnos la imagen de dolor y desesperación en una situación de deshidratación lenta; nosotros solo podemos imaginar esta escena final, pero con seguridad muy lejos de la realidad. En esta trágica situación, aún le queda un poco de fe para fiarse del profeta.
La viuda del evangelio ha echado en el cepillo del templo unas monedas: escena que pasa inadvertida para la multitud, pero no para Jesús que llama la atención de sus discípulos: Esta pobre viuda ha echado todo lo que tenía para vivir. De nuevo la fe en el límite del precipicio.
En los tres casos les salva la fe, firme o débil y temblorosa, que eso no cuenta; al menos nada se nos dice en los textos sobre los grados de fe de los tres protagonistas en el termómetro de sus vidas. Y sucede el milagro: El Padre que alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo, no abandona a quienes esperan en él hasta el último instante: El profeta encuentra quien le dé de comer, la orza no se vacía ni la alcuza se agota hasta que el Señor, por boca del mismo profeta Elías, anuncia el retorno de la lluvia.
¿Cuántas veces nuestra fe no se ha puesto a prueba? Nos hemos sentido tal vez olvidados de Dios y de los hombres: ¿Por qué precisamente a mí?, ¿qué he hecho yo para merecer esto?; ¿por qué medran los sinvergüenzas, los usureros burlan fácilmente la justicia, mientras a los honrados y a los pobres todo se les vuelve en contra? Es la noche oscura del alma, que también es pena y tormento -afirma san Juan de la Cruz. No podemos entender por qué sufre el inocente, por qué mueren de hambre quienes no merecen morir de hambre, por qué tantas víctimas inocentes de las guerras, de la explotación, de la miseria, de la enfermedad, de las pestes. ¿Dónde está Dios en estas situaciones?, ¿por qué se hace el desentendido?, ¿a qué espera para actuar?
Cualquier elaborada respuesta se nos antoja insuficiente en esos momentos: Tener fe, esperar contra toda esperanza, aceptar los planes de Dios por incomprensibles que nos parezcan, mantenerse serenos y confiados. Es fácil pensarlo, incluso decirlo, pero mantenerse en calma esperando que llegue la lluvia y haga germinar de nuevo la esperanza es tarea más allá de las fuerzas humanas. La oración es la fuerza de los débiles, nosotros. Solo desde la plegaria encontramos la fuerza que viene de lo alto y que no se hará esperar: «¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré» (Is, 49, 15) –asegura Yahvé a su pueblo.
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