LIBRO
PRIMERO DE LOS REYES 17, 10-16
En
aquellos días, Elías se puso en camino hacia Sarepta, y al llegar a la puerta
de la ciudad encontró allí una viuda que recogía leña.
La
llamó y le dijo:
-
Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.
Mientras
iba a buscarla le gritó:
- Por
favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.
Respondió
ella:
- Te
juro por el Señor tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de
harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que
estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo;
nos lo comeremos y luego moriremos.
Respondió
Elías:
- No
temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y
tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor
Dios de Israel: «La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se
agotará, hasta el día que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra».
Ella
se fue, hizo lo que le había dicho Elías y comieron él, ella y su hijo. Ni la
orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó: como lo había dicho
el Señor por medio de Elías.
COMENTARIO
La
fe sometida a la prueba del fuego: Sucede en la vida del gran profeta Elías y
en la de aquella pobre viuda que le da de comer y beber. Del mismo modo Dios
Padre puede poner nuestra propia fe a esta prueba. Es en esos momentos cuando
tenemos que estar vigilantes para saber ver la presencia de Dios en nuestras
vidas.
La
historia de estos dos personajes, Elías y la viuda, y la viuda que encontramos
en el relato evangélico son las luces que hoy el Señor nos ofrece para iluminar
nuestro caminar de creyentes.
El
profeta Elías, en tiempos difíciles de sequía, se refugia junto al torrente Querit
por orden de Yahvé. El torrente se seca y, por orden del mismo Yahvé, debe
ponerse en camino hacia Sarepta, donde una pobre viuda le dará de comer. ¿Qué
puede esperar de alguien que es mujer, viuda y además pobre, en tiempos de
tanta carestía? Aquí la fe en Yahvé se pone al límite.
La
pobre viuda que debe alimentar al profeta ha salido a recoger un poco de leña
para preparar un panecillo para ella y su hijo, comérselo y después enfrentarse
a un morir lento y doloroso: Tan solo quien se ha visto en el límite de la
hambruna puede describirnos la imagen de dolor y desesperación en una situación
de deshidratación lenta; nosotros solo podemos imaginar esta escena final, pero
con seguridad muy lejos de la
realidad. En esta trágica situación, aún le queda un poco de
fe para fiarse del profeta.
La
viuda del evangelio ha echado en el cepillo del templo unas monedas: escena que
pasa inadvertida para la multitud, pero no para Jesús que llama la atención de
sus discípulos: Esta pobre viuda ha echado todo lo que tenía para vivir. De
nuevo la fe en el límite del precipicio.
En
los tres casos les salva la fe, firme o débil y temblorosa, que eso no cuenta;
al menos nada se nos dice en los textos sobre los grados de fe de los tres
protagonistas en el termómetro de sus vidas. Y sucede el milagro: El Padre que
alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo, no abandona a quienes
esperan en él hasta el último instante: El profeta encuentra quien le dé de
comer, la orza no se vacía ni la alcuza se agota hasta que el Señor, por boca
del mismo profeta Elías, anuncia el retorno de la lluvia.
¿Cuántas
veces nuestra fe no se ha puesto a prueba? Nos hemos sentido tal vez olvidados
de Dios y de los hombres: ¿Por qué precisamente a mí?, ¿qué he hecho yo para
merecer esto?; ¿por qué medran los sinvergüenzas, los usureros burlan
fácilmente la justicia, mientras a los honrados y a los pobres todo se les
vuelve en contra? Es la noche oscura del alma, que también es pena y tormento -afirma san Juan de la Cruz. No podemos entender
por qué sufre el inocente, por qué mueren de hambre quienes no merecen morir de
hambre, por qué tantas víctimas inocentes de las guerras, de la explotación, de
la miseria, de la enfermedad, de las pestes. ¿Dónde está Dios en estas
situaciones?, ¿por qué se hace el desentendido?, ¿a qué espera para actuar?
Cualquier elaborada respuesta se nos antoja insuficiente en esos
momentos: Tener fe, esperar contra toda esperanza, aceptar los planes de Dios
por incomprensibles que nos parezcan, mantenerse serenos y confiados. Es fácil
pensarlo, incluso decirlo, pero mantenerse en calma esperando que llegue la
lluvia y haga germinar de nuevo la esperanza es tarea más allá de las fuerzas
humanas. La oración es la fuerza de los débiles, nosotros. Solo desde la
plegaria encontramos la fuerza que viene de lo alto y que no se hará esperar:
«¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de
sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré» (Is, 49, 15)
–asegura Yahvé a su pueblo.
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