jueves, 24 de diciembre de 2015

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA - C

LECTURA DEL LIBRO DEL ECLESIÁSTICO 3, 2-6. 12-14
Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se acordará de ti y deshará tus pecados como el calor, la escarcha.

COMENTARIO

El primero de los mandamientos que se refieren al amor al prójimo es precisamente el que nos manda honrar a los padres, y va seguido de una promesa: «Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová te da» (Ex. 20,12).
El autor sagrado, inspirado por Dios, insiste que el honrar a los padres es un deber ineludible, que no se acaba nunca, ni siquiera con la muerte. Tras su desaparición, debe quedar vivo el recuerdo y la plegaria por ellos.
No lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas. ¡Qué triste el panorama que se nos ofrece en la sociedad moderna en la que nos toca vivir!: padres aparcados en asilos, como coches viejos que ya no sirven más que para chatarra. Es triste pero el ritmo de vida moderna solo entiende de disfrute y jolgorio; nos desentendemos con facilidad de todo y de todos los que nos impiden el vivir a tope nuestra vida.
Sin embargo, el propio Dios quiso hacerse hombre en el seno de una familia, no buscó a su hijo una estructura distinta de la de la familia para nacer, crecer y madurar. Por lo tanto hemos de imaginarnos a Jesús en la aldea de Nazaret viviendo rodeado del cariño de sus padres, José y María, como un aldeano más de una insignificante aldea, Nazaret, de la que el mundo no tuvo noticia hasta que a san Lucas se le ocurrió dejar por escrito el relato de la anunciación.
En Nazaret Jesús aprende a vivir, va madurando su proyecto del nuevo reino en el calor del hogar, en el trabajo junto a su padre y en la convivencia con los vecinos.
En la sinagoga Jesús escuchó el relato del eclesiástico que hemos leído hoy y entendió que Yahvé le pedía respetar a su padre, José, y obedecer a su madre, María, exactamente igual que al resto de los niños de Nazaret.
Jesús se dio cuenta que este mandamiento referido a sus semejantes era muy importante, tal vez el que más, porque cada buena acción iba acompañada de una promesa: el que honra, expía sus pecados; el que respeta, acumula tesoros; el que honra a los padres, Dios le premia con la descendencia, prolongará su vida y será escuchado en su plegaria.
Los problemas de convivencia familiar, las dificultades de atender a los padres enfermos y achacosos, la tentación de dejarlos abandonados no eran menores que los que encontramos hoy nosotros; de aquí el cuidado del autor sagrado en reflejar con todo detalle el mandato de Yahvé a su pueblo: Hijo mío, sé constante, ten indulgencia, no lo abochornes ni abandones. Yahvé, tu Dios, premiará tu empeño, será generoso el día de dar cuentas ante él: Tus pecados desaparecerán de mi presencia como se derrite la escarcha con el calor del sol.
En el prolongado silencio de treinta años en Nazaret Jesús meditó este pasaje del Eclesiástico y lo hizo norma de su vida. Hoy este texto sigue siendo válido para nosotros, y no sólo para los creyentes sino para cualquier hombre de buena voluntad que quiera escuchar las palabras del Eclesiástico.
*********

No hay comentarios:

Publicar un comentario