miércoles, 20 de enero de 2016

III DOMINGO ORDINARIO - C

LIBRO DE NEHEMÍAS (8,2-4a.5-6.8-10):
En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo –pues se hallaba en un puesto elevado– y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: «Amén, amén». Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis». Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley.
Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza».

COMENTARIO

El contexto en el que se mueve este pasaje del profeta Nehemías es el de la lectura y escucha del libro de la Ley y la posterior celebración festiva.
Durante el largo exilio en Babilonia el pueblo ha sentido la ausencia de Yahvé y ha sentido necesidad de escuchar de nuevo el libro de la Ley. La soledad y esclavitud en las que ha vivido a lo largo de tantos años fuera de su tierra han suscitado en el pueblo la necesidad de volver a su Dios. El pueblo ha sufrido el silencio prolongado e insoportable de su dios; sin embargo, Yahvé no lo ha abandonado nunca.
Al escuchar el relato de la alianza entre Yahvé y el pueblo, este reconoce que Dios no lo ha abandonado jamás. El pueblo entero llora de emoción al escuchar, la mayoría por primera vez, y los más ancianos recordar el relato que los hizo sentirse seguros, dueños de su tierra y siendo la admiración de todos los pueblos de alrededor por tener a un dios tan cercano, misericordioso y protector, que camina con su pueblo y le asiste en las batallas contra sus enemigos.
Ahora el pueblo cae en la cuenta de que no hay ley más sencilla ni más sabia que la dada por Yahvé a Moisés en el Sinaí. La dureza del exilio le ha hecho recapacitar. Y el pueblo llora de emoción. El sacerdote y escriba Esdras les anima a estar alegres y celebrar fiesta, porque Yahvé lo quiere al haber recuperado a su pueblo predilecto.
¿Qué nos dice este texto hoy a nosotros? Sobre todo, que Dios sigue siendo fiel a sus promesas. Nuestro Dios no nos abandona nunca porque no puede dejar de ser fiel a sí mismo. Cuando nos comportamos como hijos rebeldes y vamos en busca de otros dioses, él espera nuestro retorno y se alegra el día de nuestra vuelta porque nos ha recuperado. Recordemos el retorno del hijo pródigo: «Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque éste, tu hermano, estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado» (Lc. 15, 32).
Estamos en el Año de la Misericordia. La invitación del papa Francisco a volver a la casa del Padre la escucharemos a lo largo de todo el año en repetidas ocasiones. Dios se alegra con nuestra vuelta a él, no nos espera con cara de enfado, sino con un rostro de acogida tierna de un padre que recupera a su hijo vivo.
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