jueves, 4 de febrero de 2016

V DOMINGO ORDINARIO - C

LIBRO DE ISAÍAS (6,1-2a.3-8):
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos; la tierra está llena de su gloria!». Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos». Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: «Mira; esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado». Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?». Contesté: «Aquí estoy, mándame».

COMENTARIO

¿Cómo un pecador puede ser profeta del Señor, el tres veces santo? Esta es la pregunta que se hace a sí mismo el profeta Isaías en su oración. San Pablo lo expresa de forma parecida: El Señor se fio de mí, me confió el ministerio de la evangelización (1 Tim 1, 12); se considera el menor de los apóstoles (1 Cor 15, 1-11). Similar planteamiento podemos hacernos los cristianos hoy: sacerdotes, catequistas, padres…: ¿Quién soy yo para evangelizar? ¿Qué puedo hacer yo?
La Biblia nos enseña que todos somos llamados a anunciar el evangelio. Todos hemos sido llamados, el Señor se ha fiado de cada uno de nosotros, a pesar de las limitaciones. Nuestra vocación, ante todo, es un don de Dios, que hace a todo hombre de cualquier condición. Nuestra responsabilidad es aceptar este don.
La labor que el Señor nos asigna ciertamente es hermosa y entusiasma; sin embargo, el llevar a cabo esta misión es con frecuencia arduo; el desánimo nos invade y nos dificulta la realización de nuestra tarea.
¿Qué podemos hacer en los momentos de debilidad? Tanto el profeta Isaías, como Pablo y San Lucas pueden estimular nuestro ánimo con su mensaje. Ellos vivieron situaciones similares. Todos ellos se fiaron de Dios y sintieron el ardor en la lengua (Isaías), la gracia (San Pablo), el valor (Pedro en la barca).
En la oración de súplica frecuente y perseverante nos llegará la fuerza, la gracia, el valor de Dios Padre, a fin de que podamos llevar a cabo la tarea encomendada hasta el final.
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