LIBRO DEL DEUTERONOMIO 26, 4-10
Dijo Moisés al pueblo:
-El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias
y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tu dirás ante el Señor,
tu Dios: «Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció
allí, con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza
grande, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y
nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de
nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro
trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo
extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en
este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso ahora
traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado».
Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu
Dios.
COMENTARIO
Estamos ante un pasaje final del Libro del Deuteronomio,
escrito hacia el siglo VI antes de Cristo.
Se nos presenta al Dios de Israel como un dios fiel, poderoso y misericordioso. Estos tres rasgos definen
perfectamente el pasado salvador de Dios y son, al mismo tiempo, una garantía
del presente y esperanza de un futuro.
El texto resume los acontecimientos transcendentales de la historia salvadora de Yahvé para con su pueblo y describe la ofrenda que el buen israelita debe
hacer en agradecimiento a la predilección que Dios tiene por él, un dios que le
acompaña siempre, que le protege con su poder y que se manifiesta, sobre todo,
como misericordioso: «El Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y
abundante en misericordia y fidelidad» (Ex. 34, 6).
El buen israelita, al presentar su ofrenda, está obligado a
recordar su historia como pueblo elegido y protegido por Dios. Se trata de una
profesión de fe, un acto cultual de agradecimiento y una renovación de su pacto
de fidelidad con Yahvé, su dios.
El camino de la historia del pueblo de Israel refleja
la historia de salvación de la propia Iglesia. En la nueva alianza que Dios
establece con la humanidad, este se hace visible en su hijo Jesús, quien muere
en la Cruz ,
abriendo así la salvación a todos los que crean en él.
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