miércoles, 10 de febrero de 2016

I DOMINGO DE CUARESMA - C

LIBRO DEL DEUTERONOMIO 26, 4-10
Dijo Moisés al pueblo:
-El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tu dirás ante el Señor, tu Dios: «Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado». Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios.

COMENTARIO

Estamos ante un pasaje final del Libro del Deuteronomio, escrito hacia el siglo VI antes de Cristo.
Se nos presenta al Dios de Israel como un dios fiel, poderoso y misericordiosoEstos tres rasgos definen perfectamente el pasado salvador de Dios y son, al mismo tiempo, una garantía del presente y esperanza de un futuro. 
El texto resume los acontecimientos transcendentales de la historia salvadora de Yahvé para con su pueblo y describe la ofrenda que el buen israelita debe hacer en agradecimiento a la predilección que Dios tiene por él, un dios que le acompaña siempre, que le protege con su poder y que se manifiesta, sobre todo, como misericordioso: «El Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad» (Ex. 34, 6).
El buen israelita, al presentar su ofrenda, está obligado a recordar su historia como pueblo elegido y protegido por Dios. Se trata de una profesión de fe, un acto cultual de agradecimiento y una renovación de su pacto de fidelidad con Yahvé, su dios.
El camino de la historia del pueblo de Israel refleja la historia de salvación de la propia Iglesia. En la nueva alianza que Dios establece con la humanidad, este se hace visible en su hijo Jesús, quien muere en la Cruz, abriendo así la salvación a todos los que crean en él.
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