sábado, 26 de marzo de 2016

PASCUA DE RESURRECCIÓN - C

LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 10, 34 a.37-43
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
-Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

COMENTARIO

El texto nos describe el encuentro de Pedro con el centurión Cornelio en Cesarea. Pedro, guiado por el Espíritu, se encamina hacia la casa de un gentil, un centurión romano deseoso de oír hablar de Jesús de Nazaret. La escena es descrita con gran detalle de imágenes y datos. El relato está destinado a las primeras comunidades judeocristianas, reacias a admitir a los paganos en el grupo de los discípulos de Cristo.
El breve discurso de Pedro, como cabeza de la incipiente Iglesia, contiene en síntesis lo que debe ser la tarea de la evangelización: el anuncio de la historia de Jesús de Nazaret que recorrió los caminos anunciando la llegada del Reino de Dios, pasó haciendo el bien y, finalmente, murió y resucitó para la salvación de todos, judíos y gentiles. La muerte y resurrección del Hijo de Dios es la palabra definitiva de Dios Padre a favor de todos los hombres.
Pedro deja claro en su breve discurso que el evangelio está abierto a todos, sin distinción de pueblos, razas, creencias, ideologías, ricos ni pobres. El anuncio de la salvación es universal. Así pues, no podemos quedarnos anclados a anunciar el evangelio en el pequeño mundo de nuestra parroquia, de nuestro entorno, de los que aceptan con facilidad el mensaje; hemos de buscar también otros ambientes más reacios al mensaje evangélico; hemos de abrir las puertas de la salvación a todos.
Los seguidores de Jesús somos testigos de todo lo que hizo Jesús; estamos llamados a dar testimonio de la fe en el Resucitado ante todo el que nos pida razón de nuestra esperanza: llamados a predicar a tiempo y a destiempo, en tiempo oportuno e inoportuno, siempre.
Finalmente, no podemos poner obstáculos a la fuerza del Espíritu, a la iniciativa salvadora de Dios: Se acabaron las acepciones de personas. Somos solamente humildes siervos, testigos del Resucitado, que anunciamos la Buena Nueva con las palabras recibidas de Dios Padre y nuestro testimonio personal de entrega a la causa del Hijo de Dios.
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