HECHOS DE LOS APÓSTOLES 5, 12-16
Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del
pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los
demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos;
más aún, crecía el número de creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al
Señor.
La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en
catres y camillas, para que al pasar Pedro, su sombra por lo menos cayera sobre
alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando enfermos y
poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.
COMENTARIO
Según el concepto del hombre que tenían los hebreos en
tiempos de Jesús, con la muerte de una persona desaparece todo su poder de
actuación. Los apóstoles, realizando los milagros y prodigios en nombre de Jesús,
tratan de evidenciar que Jesús, a quien todos han visto agonizar y morir en una
cruz, está vivo, ha vuelto a la vida; porque su actuación en ellos es evidente.
Este poder de Jesús, del que los apóstoles afirman que
vive, actúa a favor de todo hombre, liberándolo de todo sufrimiento humano y de
toda atadura espiritual. Quienes han creído en él, los apóstoles, gozan del
poder que esta fe les da: actúan en nombre de Jesús curando de todo tipo de
enfermedad y liberando a los poseídos de espíritu inmundo.
Este texto nos describe, ciertamente, una situación ideal
de aquella primitiva comunidad cristiana; sin embargo, los cristianos de hoy no
dejamos de interrogarnos: ¿Por qué no vemos estos milagros en nuestras
comunidades cristianas del siglo XXI? ¿Será que sí se dan estos prodigios y no
somos capaces de verlos? ¿Será que nos falta fe como a Tomás y necesitamos ver
para creer? ¿Tal vez nos falte fe a los creyentes de hoy para atrevernos a
obrar estos milagros en nombre del Señor Resucitado?
La fe si no tiene
obras, es muerta en sí misma (St. 2, 17). Muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré
mi fe por mis obras (St. 2, 18). Es posible que en este texto de la carta
de Santiago esté la clave de la respuesta a todas esas preguntas. Las obras
prodigiosas que realizaban los apóstoles manifestaban su fe en el Resucitado.
Sin duda que nuestra fe es muy pequeña, no llega a alcanzar
el tamaño de un grano de mostaza (Lc
17, 6), y por ello el mundo no ve en nuestras obras la actuación de Jesús
resucitado.
¿Hay algún creyente hoy que esté haciendo semejantes
prodigios? Ciertamente que sí. Es cuestión de ir por el mundo con los ojos bien
abiertos: merodean por doquier.
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