jueves, 7 de abril de 2016

III DOMINGO DE PASCUA - C

HECHOS DE LOS APÓSTOLES 5, 27 b-32. 40b-41
En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los Apóstoles y les dijo:
- ¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ese? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.
Pedro y los Apóstoles replicaron:
- Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los Apóstoles salieron del Sanedrín, contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.

COMENTARIO

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres».
Este es el principio de actuación de todo seguidor de Jesús: Hacer lo que Dios Padre nos ha mandado por medio de su hijo. ¿Y para qué ha enviado Dios Padre a su hijo? Para ser salvador, regalándonos la conversión y el perdón de los pecados. Así podríamos resumir la enseñanza de este pasaje.
Ahora la pregunta es otra: ¿Estamos siendo testigos del Señor Resucitado? ¿Anunciamos el mensaje de salvación? ¿Hacemos consistir este mensaje en el anuncio y ejercicio de la misericordia?
Anunciar el perdón es caminar por la vida perdonando como nosotros somos perdonados por Dios; es infundir esperanza en todos aquellos que se consideran olvidados de Dios, que sienten que su vida es tan descabellada que ya no es posible alcanzar el abrazo de Dios.
Anunciar la misericordia es hacer ejercicios prácticos de misericordia: Visitar al enfermo, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los presos y enterrar a los muertos; enseñar al que no sabe, dar un buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, y rezar a Dios por los vivos y los difuntos.

Los creyentes hemos de sentirnos enviados por el Resucitado a ser testigos de todo esto con la fuerza del Espíritu Santo.
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