viernes, 20 de mayo de 2016

SANTÍSIMA TRINIDAD - C

LIBRO DE LOS PROVERBIOS (8, 22-31)
Así dice la Sabiduría de Dios:
-El Señor me estableció al principio de sus tareas al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del Abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes bautismales. Cuando ponía un límite al mar: y las aguas no traspasaban sus mandatos; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres.

COMENTARIO

¡Qué difícil y, al mismo tiempo, qué sencillo es hablar de Dios!
El autor del Libro de los proverbios seguramente llegó a esta conclusión tras dejar vagar su imaginación. Ciertamente que Dios se nos escapa de nuestros conceptos y razonamientos; cualquier imagen que nos hagamos sobre él queda raquítica ante su grandeza. Sin embargo, Dios ha querido que participáramos de su sabiduría y nos adentráramos en el mundo de la imaginación, de la intuición y del razonamiento, para que buscándolo nos sintamos cada vez más cerca de él.
No es menos cierto que también nos prohibió construir imágenes que lo representaran, pues sabe muy bien el peligro que corremos de fijar la imagen en la realidad: «No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra» (Ex 20, 4). Sin embargo, aún no hemos escarmentado ni desistido de nuestro intento de esculpir la imagen de Dios, pues encontramos así una cierta seguridad, que no deja de ser falsa.
El autor sagrado deja volar su imaginación en busca de esa imagen de Dios que el hombre siempre ha querido capturar para él. Y una vez más constata que es vano su intento, pero al mismo tiempo le abre caminos de una mejor comprensión de la divinidad.
Imagina el autor que antes del comienzo de la creación la sabiduría gozaba de la intimidad y beneplácito de Dios (La imaginación, como todo sueño, construye datos, conceptos, situaciones, escenarios absurdos junto a otros lógicos y posibles. Es tal vez el único camino de alcanzar el mundo que se nos escapa de las manos). Pues bien, esa sabiduría en ocasiones se identifica con el propio autor; otras, con el propio Dios. La Iglesia ha querido ver en el Hijo de Dios encarnado la Sabiduría, la Palabra del Padre encarnada en la humanidad. Y nosotros, a través del Hijo de Dios hecho hombre, podemos tener acceso más fácil al conocimiento de Dios; Así Jesús se convierte para nosotros en la imagen más perfecta que podemos tener de Dios.
Mientras alcanzamos el encuentro definitivo con el Padre, pidamos para nosotros lo que san Pablo deseaba para la comunidad cristiana de Éfeso: «Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de él».
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