jueves, 23 de junio de 2016

XIII DOMINGO ORDINARIO - C

CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS GÁLATAS 5, 1. 13-18
Hermanos:
Para la libertad nos ha liberado Cristo.
Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de la esclavitud.
Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; ahora bien, no utilicéis la libertad como estímulo para la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.
Porque toda la Ley se cumple en una sola frase, que es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Pero, cuidado, pues mordiéndoos y devorándoos unos a otros acabaréis por destruiros mutuamente.
Frente a ello, yo os digo: caminad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais.
Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley.

COMENTARIO

De libertad habla Pablo a los gálatas y de libertad habla Jesús en el texto evangélico que encontramos en el día de hoy: poner la mano en el arado y volver la vista atrás es estar anclado al pasado; el estar encariñado con la propia casa, de modo que no seamos capaces de prescindir de la comodidad que nos ofrece el hogar, es estar tan atado que nos impide estar al servicio de los que nos pueden necesitar en cualquier momento; incluso el amor filial puede ser un impedimento para hacer el bien.
Los creyentes –afirma Pablo- hemos sido llamados a la libertad. Ahora se trata de decidirse a tomárnoslo en serio.
Ciertamente que hemos sido creados para la libertad, pero una libertad guiada por el Espíritu, que es todo lo opuesto a dejarse llevar por el libertinaje, el hacer lo que me apetece en cada momento sin que nada ni nadie me ponga límites a las apetencias de la «carne» -dice san Pablo.
Si nos dejamos llevar por lo que nos pide el cuerpo acabaremos por esclavizar a los que tenemos a nuestro lado y ser unos esclavos de los otros, terminando por destruirnos los unos a los otros –asegura san Pablo. ¿Acaso no es esto lo que estamos viendo en nuestro mundo y en nuestro tiempo? ¿No reina un excesivo egoísmo en nuestra sociedad occidental?
El secreto está en ser fieles a un solo y único mandato –el que nos dejó el Señor: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». En este sencillo mandamiento se encierra toda la Ley y los profetas –al menos esto es lo que asegura Jesús.
Tomarse en serio este mandamiento del Señor es buscar más lo que nos une que lo que nos separa. Se trata de no imponer nuestra ideología frente a la del otro, sino más bien buscar los puntos de encuentro y coincidencia, y comenzar a construir desde ahí una sociedad nueva. La opinión del otro, del de enfrente, por absurdo que nos parezca, también encierra parte de la verdad que nosotros buscamos. Si damos más valor a las personas que a las ideas, es posible un mundo más humano, de más justicia y hermandad. Y, en el fondo, esto es dejar que el Espíritu guíe nuestra libertad.
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