jueves, 1 de septiembre de 2016

XXIII DOMINGO ORDINARIO - C

LIBRO DE LA SABIDURÍA 9, 13-18
¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?, o ¿quién se imaginará lo que el Señor quiere?
Los pensamientos de los mortales son frágiles, e inseguros nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime el alma y esta tienda terrena abruma la mente pensativa.
Si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra y con fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance, ¿quién rastreará lo que está en el cielo?, ¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le envías tu santo espíritu desde lo alto?
Así se enderezaron las sendas de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron por la sabiduría.

COMENTARIO

Un sabio de Alejandría, allá por el siglo primero, se interroga por el porvenir: ¿Quién podrá conocer el futuro? ¿Qué quiere Dios de mí? Son interrogantes que también nos formulamos con frecuencia los hombres de hoy en momentos de serenidad, cuando el constante ruido del mundo nos deja escasos momentos de paz. Y está bien el hacernos estas preguntas que no buscan otra respuesta que la de acertar con el camino de la felicidad.
El sabio de Alejandría llega a la conclusión, nada despreciable, de que el razonamiento del hombre es pobre y apenas alcanza a vislumbrar con escaso éxito lo más cercano; la verdadera y auténtica sabiduría está en Dios y él la otorga a quien le place.
Nosotros sabemos que la sabiduría está ciertamente en Dios y que Dios Padre se la da a sus hijos cuando se la piden con insistencia. Jesús nos invita a la esperanza y asegura que si nosotros, siendo malos, no sabemos dar cosas malas a nuestros hijos cuando nos las piden, ¿qué no hará el Padre del cielo? (Mt. 7, 11). Y afirma que responderá sin tardanza a sus hijos cuando le invoquen con fe.
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