LIBRO DE LA
SABIDURÍA 9, 13-18
¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?, o ¿quién se
imaginará lo que el Señor quiere?
Los pensamientos de los mortales son frágiles, e inseguros
nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime el alma y esta tienda
terrena abruma la mente pensativa.
Si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra y con
fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance, ¿quién rastreará lo que está
en el cielo?, ¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le
envías tu santo espíritu desde lo alto?
Así se enderezaron las sendas de los terrestres, los
hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron por la sabiduría.
COMENTARIO
Un sabio de Alejandría, allá por el siglo primero, se
interroga por el porvenir: ¿Quién podrá conocer el futuro? ¿Qué quiere Dios de
mí? Son interrogantes que también nos formulamos con frecuencia los hombres de
hoy en momentos de serenidad, cuando el constante ruido del mundo nos deja
escasos momentos de paz. Y está bien el hacernos estas preguntas que no buscan
otra respuesta que la de acertar con el camino de la felicidad.
El sabio de Alejandría llega a la conclusión, nada
despreciable, de que el razonamiento del hombre es pobre y apenas alcanza a
vislumbrar con escaso éxito lo más cercano; la verdadera y auténtica sabiduría
está en Dios y él la otorga a quien le place.
Nosotros sabemos que la sabiduría está ciertamente en
Dios y que Dios Padre se la da a sus hijos cuando se la piden con insistencia.
Jesús nos invita a la esperanza y asegura que si nosotros, siendo malos, no
sabemos dar cosas malas a nuestros hijos cuando nos las piden, ¿qué no hará el
Padre del cielo? (Mt. 7, 11). Y afirma que responderá sin tardanza a sus hijos
cuando le invoquen con fe.
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