jueves, 15 de septiembre de 2016

XXV DOMINGO ORDINARIO - C

LECTURA DE LA PROFECÍA DE AMOS 8, 4-7
Escuchad esto, los que pisoteáis al pobre y elimináis a los humildes del país, diciendo:
«¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el grano, y el sábado, para abrir los sacos de cereal - reduciendo el peso y aumentando el precio, y modificando las balanzas con engaño -, para comprar al indigente por plata, y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?».
El Señor lo ha jurado por la gloria de Jacob: «No olvidará jamás ninguna de sus acciones».

COMENTARIO

Durante el reinado de Jeroboam II parece que hubo una gran prosperidad económica en Israel; sin embargo, la prosperidad económica no suele llevar consigo una prosperidad religiosa y ética. Esto es lo que sucedía en aquella sociedad de entonces y es lo que sucede en nuestra sociedad, unos cuantos siglos después.
Hoy es evidente la crisis de valores morales y religiosos en nuestras sociedades occidentales de lo que llamamos el primer mundo, donde el nivel de vida es excelente si lo comparamos con el tercero y cuarto mundo. Por otra parte, dentro de nuestro mundo económicamente próspero, también observamos un deterioro del nivel de vida en las capas más indigentes de la sociedad: La diferencia entre ricos y pobres es cada vez mayor.
Esta injusticia social es lo que observa el profeta Amós y se siente enviado por Yahvé a denunciar la situación de miseria en que vive la mayoría del pueblo a costa del injusto reparto de los bienes que Yahvé a dado a su pueblo: Unos pocos poderosos amontonan riquezas y la inmensa mayoría carece de lo más necesario.
¿Qué denuncia el profeta que no se pueda denunciar hoy en nuestra sociedad? Básicamente lo mismo que podemos denunciar hoy nosotros. La injusta distribución de las riquezas, el salario injusto con el que engordan las arcas los poderosos. Y todo ello es consecuencia de un deterioro moral y religioso, que al mismo tiempo alimenta cada día la sed insaciable de poseer cada vez más.
La Escritura insiste en que a Dios le desagrada la extorsión de los más débiles por parte de los ostentan la autoridad y el poder. Los textos proféticos son muy elocuentes, sirven para nuestro tiempo y no necesitan mayor aclaración. Es el mismo Dios quien pone su palabra para denunciar esta situación: Venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias; porque aplastan contra el polvo de la tierra a los humildes y no hacen justicia a los indefensos (Am 2,6-7). Explotáis a los desvalidos, oprimís a los pobres... (Am. 4,1). Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda (Is 1,17). Vosotros habéis asolado la viña, lo robado al pobre está en vuestra casa. ¿Con qué derecho trituráis a mi pueblo, y machacáis el rostro de los pobres? (Is 3,13-15; Is 5,8s). Y todo ello dicen que lo hacen en nombre de Yahé y movidos por el Espíritu.
Son textos de una vigencia total en nuestro tiempo.
Ante esta situación, los creyentes estamos llamados a ser profetas de nuestro tiempo, repitiendo una vez más las palabras de denuncia de los profetas de todos los tiempos y dando testimonio de una vida ejemplar acorde con el evangelio.

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