jueves, 13 de octubre de 2016

XXIX DOMINGO ORDINARIO - C

LIBRO DEL ÉXODO 17, 8-13
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín.
Moisés dijo a Josué:
-«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano».
Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretanto, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol.
Josué derrotó a Amalec y a su pueblo, a filo de espada.

COMENTARIO

Desde la salida hasta la puesta del sol estuvo Moisés con los brazos en alto, es decir, estuvo suplicando a Yahvé por la victoria de Israel sobre Amalec; es decir, se mantuvo firme en su plegaria durante toda la jornada.
¿Qué nos está comunicando aquí el autor sagrado? A mi se me ocurre que debemos mantenernos en constante oración de súplica. La oración debe ser hecha con perseverancia; ha de ser también frecuente, mejor, constante y sin disminuir un ápice nuestra fe.
Ahora bien, examinemos por unos momentos cómo es nuestra oración. Acudimos al templo a orar y nos cansamos pronto: «¡Qué pesado es este cura!». Da la impresión de que el hablar a Dios nos cansa, que escucharle nos resulta pesado. Seguramente nuestro tedio procede de que acudimos sencillamente a cumplir con nuestra obligación de «oír misa entera los domingos y fiestas de guardar».
Comparemos esta primera impresión con lo que nos acontece en momentos de preocupación, de temor a alguna enfermedad incurable o a cualquier desgracia familiar. Pensemos en esos momentos en que sucede un accidente grave en familia y quisiéramos que no pasara de un susto. Imaginemos esos momentos en que nos detectan una enfermedad incurable. En fin, imaginemos una situación límite, cuando todo parece llegar a su fin. Si tenemos algo de fe, acudimos a la oración, a la suplica angustiosa. Todo tiempo para orar nos parece insuficiente. Y es que en esos momentos la motivación para orar es grande y no necesitamos normas que nos obliguen a rezar. En esos momentos la oración, las lágrimas, las palabras nos salen espontáneas del corazón.
Pues bien, hoy las tres lecturas nos exhortan a perseverar en la oración, incluso en esos momentos en que no nos sentimos motivados para rezar, momentos en que la oración nos cansa, nos aburre, no nos dice nada. Santa Teresa de Jesús nos dice que ella también experimentó durante años esa desgana en la oración; sin embargo, perseveró y ha engrandecido la historia de la cristiandad como una de las mayores santas místicas, junto con san Juan de la Cruz y otros santos místicos españoles de su época.

Mantengamos la fe, la perseverancia y la constancia en la oración. Esto es lo que hoy nos pide Dios Padre a los cristianos de este siglo.
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